19/5/11

"Tenían poco que decirse, pero que sencillo era sentirse unidos". Giani Stuparich

El hombre nacido en la isla estaba hecho para moverse por el mundo y para regresar a ella solo al final de sus días. Quien había atravesado cincuenta veces el Atlántico o navegado por el Pacífico, quien había corrido las aventuras propias de todas las tripulaciones por los distintos astilleros de Europa y América, no podía encontrar paz dentro de un huertecillo con sus hierbas aromáticas, mirando pasar las nubes sobre su cabeza, o admirando, mientras se acuna en una barquichuela, la superficie reverberante del puerto. Corría el riesgo de volverse como Fabricio que, con su larga cara amarilla llena de bolsas y los ojos húmedos, parecía un viejo mastín rabioso, atado a la cadena, que nunca se hubiera movido más allá de un radio de dos metros en torno a su perrera; o como Antonio que, desdentado, con la barbilla apoyada siempre en la empuñadura de su bastón, enrojecidos y mellados los párpados, parecía un pupilo de una casa de caridad para mendigos.
No, que no contaran con él en aquella pandilla refunfuñona; a él le bastaría, en el último momento, el rectángulo donde estaba sepultado su padre: allí se uniría con la árida tierra de su isla natal, y su nombre se grabaría bajo el nombre de su padre en la modesta piedra extraída de aquella misma tierra. ¿Se acercaba la hora? No le importaba saberlo. Le esperaban algunos días buenos, en el aire que había respirado en su infancia y que sentía suyo, lo mismo que el tono de la sangre.
Cosas ligeras, rincones tranquilos reverberaban en su imaginación. Hasta el punto de que el mal físico no conseguía turbarlo, era como un fondo molesto que se distanciara cada vez más de la realidad viva.
Sabía que más allá, en la otra habitación, cerca, respiraba su hijo. Le daba una sensación de seguridad, nueva y apacible. Nunca había sentido la necesidad de que nadie fuera su sostén, pero ahora un misterioso temor, que había anidado en el fondo oscuro de su ser, lo llevaba a mirar en torno a él, como buscando una criatura que le infundiera valor. Su hijo. Tenían poco que decirse, pero que sencillo era sentirse unidos.

11 comentarios:

  1. Dicen que los hechos son mas contundentes que las palabras, en ocasones no se necesitan de palabras para expresar el cariño que sentimos hacia los demás. Basta con sentirnos cerca.

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  2. Muchas veces encontramos consuelo con el solo estar en compañía de las personas que queremos, la palabras no dicen mas que un abrazo o que un beso....

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  3. A veces las miradas resultantes de la historia de una vida pueden explicar más que mil palabras. Triste sería aquel que no sucumbiera ante la mirada amorosa de un padre o un hijo. Quien no conoce ese candor podría calificar su existencia como inerte.

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  4. En ocasiones no son necesarias las palabras para demostrar el cariño que tienes hacia otra persona, pues a pesar de que la ésta sea dura, con sus actitudes te muestra que existe un aprecio o cariño hacia ti.

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  5. Las cosas se demuestran, no se dicen, por lo tanto las palabras sobran

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  6. Siempre en los momentos más difíciles de nuestra vida, el tener cerca a las personas que más amamos es nuestro mejor consuelo.

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  7. Es maravilloso, cuando estas enamorado llegar al punto de no tener que decir nada sino solo mirar y decir todo lo que el corazón siente.

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  8. A veces, en las cosas más sencillas encontramos lo más valioso. El sentimiento de unión entre un padre y un hijo, no es necesario palabras.

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  9. La seguridad y la fortaleza que puede transmitirte un hijo, aunque el no lo sepa es algo que ni siquiera puede describirse, es algo que se siente y sobre todo que te impulsa para seguir luchando ante las situaciones que se presentan en la vida.

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  10. Pensar demasiado nos limita a actuar de corazón. Es algo mágico y sin necesida de explicar, simplemente un lazo.

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  11. Es muy importante contar con las personas que más amas en la vida, y que te acompañen en los momentos dificiles, pero mucho más en a quellos momentos de alegria y felicidad.

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