14/12/12

"Amour" de Michael Haneke


Tuve la oportunidad de ver anticipadamente Amour, película de este año, resultado de una coproducción francesa, alemana y austriaca; escrita y dirigida por el reconocido Michael Haneke; y con un reparto integrado por Jean-Louis Trintignant, Emmanuelle Riva, Isabelle Huppert, William Shimell, Rita Blanco y Laurent Capelluto.

Amour ha sido un suceso en los festivales europeos y estadounidenses. Entre otros, ganó la Palma de Oro del Festival de Cannes, los Premios del Cine Europeo, el del Círculo de Críticos de Nueva York y el National Board of Review. En otras palabras, parece la apuesta segura al Óscar a la mejor película extranjera.

En mi opinión, la avalancha de críticas positivas no es desproporcionada. Amour es una gran obra, de esas que nos ayudan a refrescarnos de los predecibles filmes estadounidenses y del cansino "nuevo cine mexicano".

Michael Haneke construye una bellísima película plena de humanidad, donde nuestro inevitable destino es el tema y la manera en que lo enfrentamos el argumento: quizá es una película de terror. Éste es uno de los muchos ángulos desde los que se puede vislumbrar, dado que podríamos valorarla desde el afecto, la soledad, la senectud y llegar a conclusiones diversas.

La historia es simple: el retrato de Georges y de Anne, un matrimonio octogenario. No deja de ser a grandes rasgos una fotografía sobre la vejez y la muerte, en un instante en que el deseo de vivir —o el miedo a no hacerlo— cobran una gran importancia. Esto ya vaticina un filme fuerte y difícil de ver. Amour nos acerca al día a día de esa unión, su complicidad, su cariño, sus disputas y, sobre todo, a la proximidad de la despedida. Lo cotidiano se transforma cuando los años cobran su precio y la enfermedad oscurece toda su existencia.

Como auditorio, visualizamos lo que sucede en el domicilio conyugal; somos infiltrados y testigos de lo más íntimo, dentro de un inusual nivel de verosimilitud, mismo que conecta directamente con lo más profundo de nosotros, no solo en lo emocional sino en lo visceral, logrando una catarsis que nos hace dejar la sala con un nudo en el estómago, y eso, en el mundo de hoy, tiene mucho mérito.

La conclusión reafirma que las mejores historias de amor son las que no tienen un final feliz, aunque éste se manifieste a través de la prueba más dura, más diáfana, más dolorosa y, de ahí su belleza, más plena de humanidad. 





13/12/12

Un ahorita tiene sesenta minutitos


Siempre me ha intrigado el uso que los mexicanos damos a la palabra ahorita. La ambigüedad del contexto, más la falta de concordancia entre el dicho y el hecho, hace que cada que la escucho, como consecuencia de un legítimo apremio de mi parte, termino envuelto en la dicótoma entre la próxima satisfacción de mis requerimientos o la sensación de que literalmente me vieron la cara.

Gramaticalmente, el contenido de la expresión es claro, por lo menos para la Real Academia de la Lengua, es decir, es un ahora mismo. Esta definición debería zanjar cualquier tipo de controversia; entonces, ¿por qué me siento timado cuando las cosas no suceden con la rapidez que marca la expresión?

En el Diccionario breve de mexicanismos de Guido Gómez de Silva no hallé mayor referencia, empero, en el Diccionario panhispánico de dudas aparece lo siguiente:

"Ahorita. Diminutivo de ahora, usado frecuentemente en el habla coloquial de amplias zonas de América: «Me encantaría, pero ahorita estoy apuradísimo» (Bayly Días [Perú 1996])...".

Esta variante del vocablo no resolvió mis dudas. Al contrario, parecería que en lugar de la inmediatez que señala la RAE, aquí debería entenderse una negación. ¿Eso significa que cuándo alguien la expresa, en esencia está diciendo que no lo va a hacer? Luego, ¿qué pasa si termina por hacerlo?

Tuve que recurrir a un medio poco ortodoxo para intentar despejar mi interrogante, "El chilangonario, vocabulario de supervivencia para el visitante de la Ciudad de México" de Alberto Peralta de Legarreta. En ese texto se apunta:

"Ahorita. dim. de ahora. En México, la palabra ahorita puede significar algo que se hará de inmediato, pero también es una expresión que no asegura cuándo sucederá; incluso se llega a utilizar el diminutivo del diminutivo —ahoritita— para indicar inmediatez. El uso irracional de un diminutivo en un adverbio de tiempo es quizá consecuencia de un afán del mexicano por ser amable. 

"1. Ahorita lo atiendo.

"—Podría pasar una hora antes de ser atendida. 

"2. ¡Levanta tus juguetes ahoritita mismo!

"—De inmediato, ya. 

"3. Ahorita no tengo ganas de hacer nada.

"—En este momento, el día de hoy. 

"4. ¡Ahorita voy!

"—En algún momento del día, no se sabe cuándo".

En conclusión, la oscuridad se mantiene. Puede que el ahorita del mexicano sea el primer caso de un oxímoron de una sola palabra. Es sintomático que en el curioso libro del maestro don Guillermo Colin Sánchez, "Así habla la delincuencia y otros más...", el asunto merezca dos entradas, una para "ahorita" y otra para "ahoritita". Quizá de ahí deriva mi sentimiento de que fui estafado.







5/12/12

"Para el creador nada es pobre, no hay lugares pobres ni indiferentes". Rainer Maria Rilke


Nada es peor que las palabras de la crítica para abordar una obra de arte. Las cosas no son tan decibles y comprensibles como generalmente se nos quiere hacer creer. La mayor parte de los acontecimientos son indecibles y tienen lugar en un ámbito en el que jamás ha penetrado palabra alguna. Y lo más indecible de todo son las obras de arte esas realidades misteriosas cuya vida perdura, al contrario que la nuestra, que se acaba... 

...Usted pregunta si sus versos son buenos. Me lo pregunta a mí. Antes ha preguntado ya a otros. Los envía a revistas. Los compara con otras poesías y se inquieta cuando algunas redacciones rechazan sus ensayos poéticos. Desde ahora (ya que me permite aconsejarlo), renuncie a todo eso. Su mirada está dirigida hacia fuera, y eso es precisamente lo que debe evitar en el futuro. Nadie puede aconsejarle ni ayudarle, nadie. Solo hay un camino: entre en usted. Investigue la causa que lo empuja escribir, examine si sus raíces se extienden hasta lo más profundo de su corazón. Reconozca si no preferiría morir en el caso de no poder escribir. Y sobre todo, en la hora más serena de la noche pregúntese: ¿siento verdaderamente la imperiosa necesidad de escribir? Ahonde en sí mismo en busca de una profunda respuesta, y si ésta resulta afirmativa, si puede responder a tan grave pregunta con un fuerte y simple “¡sí!”, entonces construya su vida de acuerdo con dicha necesidad. 

Su vida, hasta en los momentos más indiferentes e insignificantes deberá ser un signo y un testimonio de esa necesidad. Entonces, acérquese a la naturaleza. Intente expresar, como si fuera usted el primer hombre, lo que ve, lo que ama, lo que vive y lo que pierde, no escriba poemas de amor. Evite sobre todo las formas más corrientes y usuales, son las más difíciles, pues es necesaria una gran fuerza y madurez para poder dar algo propio en un campo donde existe una gran cantidad de buenas y en parte, brillantes tradiciones. Por ello, evite los grandes temas y vaya hacia los que la cotidianidad le ofrece; describa sus tristezas y sus deseos, los pensamientos que le vienen a la mente y su fe en alguna forma de belleza. Descríbalo todo con sinceridad humilde y serena, y utilice para expresarse las cosas que lo rodean, las imágenes de sus sueños y los objetos de sus recuerdos. Si su vida cotidiana le parece pobre, no la culpe, cúlpese usted de no ser lo bastante poeta como para encontrar sus riquezas. Para el creador nada es pobre, no hay lugares pobres ni indiferentes. Y aún si estuviera usted en una prisión, cuyos muros no dejasen llegar hasta sus sentidos ninguno de los rumores del mundo, ¿no podría siempre recurrir a su infancia, esa riqueza maravillosa e imperial, ese tesoro de recuerdos? Vuelva hacia ahí su espíritu. Intente sacar a flote las impresiones sumergidas en ese vasto pasado: su personalidad se fortalecerá, su soledad se poblará y se convertirá en un retiro crepuscular, ante el cual pasará muy lejano el estrépito del mundo. Y si de esa vuelta hacia usted mismo, de esa inmersión en su propio mundo, vienen a usted los versos, no soñará siquiera en preguntar a nadie si tales versos son buenos. Tampoco intentará interesar a las revistas en esos trabajos, pues verá en ellos algo naturalmente suyo, un trozo de su vida y de su expresión. 

Una obra de arte es buena cuando nace de la necesidad. La naturaleza de su origen es quien juzga. Así, mi distinguido amigo, no tengo para usted otro consejo que no sea éste: intérnese en usted mismo y llegue a las profundidades de las que su vida se origina. Ahí es donde encontrará la respuesta a la pregunta de si debe escribir. La respuesta que obtenga acéptela como suene, sin forzarle un significado. Tal vez sea obvio que el arte le llama. Si es así, acepte su destino y sopórtelo, con su peso y su grandeza, sin jamás exigir recompensa alguna que pueda venir del exterior. El creador debe ser todo un universo para sí mismo, y encontrar todo en sí, y en el fragmento de la naturaleza al que se ha incorporado. 

Podría ser que, tras ese descenso hacia sí mismo y hacia su soledad, debiera renunciar a convertirse en poeta (para ello, para prohibirse a usted mismo escribir, bastaría, sentir que puede vivir sin hacerlo). Pero aún así, este recogimiento que le aconsejo no habrá sido en vano. Su vida hallará desde ese momento sus propios caminos, y mi deseo de que éstos sean buenos, amplios y ricos, va mucho más allá de lo que puedo expresar.