14/5/14

"¿Qué es escribir?" Josefina Vicens


Pensé que era fácil empezar. Abrí un cuaderno, comprado expresamente. Preparé un plan, hice una especie de esquema. [...] Pero inmediatamente sentí el temor.

¿Cómo harán los que escriben? ¿Cómo lograrán que sus palabras los obedezcan? Las mías van por donde quieren, por donde pueden.

Escribo falsedades. Todo lo equivoco, todo resulta inadecuado y, lo que es peor, todo tiene un fondo de interés y de soberbia.

No escribir. Nada más. No escribir. Ésa es la fórmula. Y levantarme ahora mismo, lavarme las manos y huir. ¿Por qué digo huir? Simplemente irme. Tengo que ser sencillo. Debo irme. Así no tengo que explicar nada. Debo poner un punto y levantarme. Nada más. Un punto común y corriente, que no parezca el último. Disfrazar el punto final.

Si el libro no tiene eso, inefable, milagroso, que hace que una palabra común, oída mil veces, sorprenda y golpee; si cada página puede pasarse sin que la mano tiemble un poco; si las palabras no pueden sostenerse por sí mismas, sin los andamios del argumento; si la emoción sencilla, encontrada sin buscarla, no está presente en cada línea, ¿qué es un libro?

No escribo para mí. Se dice eso, pero en el fondo hay una necesidad de ser leído, de llegar lejos; hay un anhelo de frondosidad, de expansión.

Escribir es decir a otros, porque para decirse a uno mismo basta un intenso pensamiento y un distraído susurro entre los labios. Y no se puede decir algo a los otros cuando se tiene la conciencia de que no se posee nada que aportar.

Siempre que escribo digo lo que siento.

En rigor, es de tu realidad de lo único que puedes hablar. Y si de ella no te es posible extraer lo que requieres para un libro distinto y trascendente, renuncia a tu sueño. Y si no puedes dejar de escribir, continúa haciéndolo en este cuaderno y luego en otro, y en otro, siempre secretamente, hasta el día de tu muerte.

7/5/14

"La buena literatura se cultiva en la soledad y el estudio". Alfonso Reyes


Solo quien desconozca de propósito mi vida y mi obra puede creer que yo me intereso por esas sandeces de dictaduras literarias. Tiempo me hubiera sobrado para ello, y no solo en México, pero jamás he incurrido en semejante puerilidad. La literatura es para mí una vocación casi religiosa; me acerco a ella con respeto, y lo que menos se me ocurre es reducirla a escuelas o modas, de que he visto nacer y morir tantas a lo largo de todos los siglos que cubre la historia literaria a mi alcance. Lo único que me importa es la buena calidad, que procede de un don innato y luego se cultiva en la soledad y el estudio. Ahora bien, algunos simpatizan conmigo y otros no. Ni ello tiene nada de extraño, ni yo puedo evitarlo, ni soy el único a quien acontece.