23/9/11

Sólo estoy solo. En busca del anacronismo perdido


La última reforma a nuestra ortografía, aprobada por la Real Academia Española y la Asociación de Academias de la Lengua Española, no ha dejado de generar controversia, ya que el sentido de la misma es el de buscar simplificar la escritura de nuestro rico idioma, tácitamente asumiendo la postura de Gabriel García Márquez, quien opina:

"Me atrevería a sugerir ante esta sabia audiencia que simplifiquemos la gramática antes de que la gramática termine por simplificarnos a nosotros. Humanicemos sus leyes, aprendamos de las lenguas indígenas a las que tanto debemos lo mucho que tienen todavía para enseñarnos y enriquecernos, asimilemos pronto y bien los neologismos técnicos y científicos antes de que se nos infiltren sin digerir, negociemos de buen corazón con los gerundios bárbaros, los qués endémicos, el dequeísmo parasitario, y devuélvanos al subjuntivo presente el esplendor de sus esdrújulas: váyamos en vez de vayamos, cántemos en vez de cantemos, o el armonioso muéramos en vez del siniestro muramos. Jubilemos la ortografía, terror del ser humano desde la cuna: enterremos las haches rupestres, firmemos un tratado de límites entre la ge y jota, y pongamos más uso de razón en los acentos escritos, que al fin y al cabo nadie ha de leer lagrima donde diga lágrima ni confundirá revólver con revolver. ¿Y qué de nuestra be de burro y nuestra ve de vaca, que los abuelos españoles nos trajeron como si fueran dos y siempre sobra una?".

Así, una de las modificaciones más criticadas consistió en la eliminación de la tilde diacrítica en el adverbio "sólo", asimilándolo al adjetivo "solo". Las razones de la reforma se expusieron así:


"La palabra solo, tanto cuando es adverbio (Solo trabaja de lunes a viernes) como cuando es adjetivo (Está solo en casa todo el día) ... son voces que no deben llevar tilde según las reglas generales de acentuación, bien por ser bisílabas llanas terminadas en vocal o en –s...


"No obstante, las reglas ortográficas venían prescribiendo el uso diacrítico de la tilde en el adverbio solo ... para distinguirlos ... del adjetivo solo ... cuando en un mismo enunciado eran posibles ambas interpretaciones y podían producirse casos de ambigüedad, como en los ejemplos siguientes: Trabaja sólo los domingos (‘trabaja solamente los domingos’), para evitar su confusión con Trabaja solo los domingos (‘trabaja sin compañía los domingos’)...

"Sin embargo, puesto que ese empleo tradicional de la tilde diacrítica no opone en estos casos formas tónicas a otras átonas formalmente idénticas (requisito prosódico que justifica el empleo de la tilde diacrítica), ya que tanto el adjetivo solo... son palabras tónicas, lo mismo que el adverbio solo... a partir de ahora se podrá prescindir de la tilde en estas formas incluso en casos de doble interpretación.


"Las posibles ambigüedades son resueltas casi siempre por el propio contexto comunicativo (lingüístico o extralingüístico), en función del cual solo suele ser admisible una de las dos opciones interpretativas. Los casos reales en los que se produce una ambigüedad que el contexto comunicativo no es capaz de despejar son raros y rebuscados, y siempre pueden resolverse por otros medios, como el empleo de sinónimos (solamente o únicamente, en el caso del adverbio solo), una puntuación adecuada, la inclusión de algún elemento que impida el doble sentido o un cambio en el orden de palabras que fuerce una sola de las interpretaciones. En todo caso, estas posibles ambigüedades nunca son superiores en número ni más graves que las que producen los numerosísimos casos de homonimia y polisemia léxica que hay en la lengua...".

En el caso objeto de estas líneas, me permito diferir de la opinión de los miembros de la Academia  ya que la búsqueda de simplificar la ortografía no debe ir acompañada del detrimento en la calidad de la difusión de las ideas, teleología de la escritura, para poder entendernos de igual manera que lo hacemos oralmente.


Si bien estoy de acuerdo en eliminar reglas fuera de uso o que complican la transmisión, no puedo coincidir con un simplificar como meta, tal como lo propone García Márquez, deformando nuestra tradición lingüística en beneficio de quien no se esfuerza por conocer su idioma. Con este modo de pensar, pronto expresiones tales como "q'", "TQM", "xq", "vales1000" u otras similares de continuo uso, podrían ser aceptadas.


En mi opinión, el "sólo" con tilde es una necesidad y no una necedad. La Real Academia dejó la decisión a cada país y México ya la validó, tanto en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara de 2010 como con la publicación de la edición nacional de la "Ortografía" en marzo de 2011.

El escritor Javier Marías, miembro de la Real Academia Española, coincide con lo anterior al señalar:

"No sé si una de las funciones, pero desde luego uno de los efectos y grandes ventajas de la ortografía española era, hasta ahora, que un lector, al ver escrita cualquier palabra que desconociera (si era un estudiante extranjero se daba el caso con frecuencia), sabía al instante cómo le tocaba decirla o pronunciarla, a diferencia de lo que ocurre en nuestra hermana la lengua italiana ... del francés ni hablemos: es imposible adivinar qué es lo que uno lee ... El inglés ya es caótico en este aspecto... Este considerable obstáculo era inexistente en español –con muy leves excepciones– hasta la aparición de la última Ortografía de la Real Academia Española, con algunas de sus nuevas normas...


"Lo cierto es que, con las nuevas normas, hay palabras escritas que dejan dudas sobre su correspondiente dicción o –aún peor– intentan obligar al hablante a decirlas de determinada manera, para adecuarse a la ortografía, cuando ha de ser ésta, si acaso, la que deba adecuarse al habla... Y dado que la Academia parece inclinada a facilitarles las cosas a los perezosos e ignorantes suprimiendo tildes, no veo por qué no habría de eliminar también las haches. (Dios lo prohíba, con su hache y su tilde.)...

"La RAE parece tenerle pánico a la posibilidad de elegir en cuestión de tildes (que es algo menor y que no afecta a la sacrosanta 'unidad de la lengua'). Pero es que además es incongruente en eso, porque sí permite dicha opcionalidad en 'periodo' y 'período'... lo mismo como aún puede hacerlo (por suerte) entre 'solo' y 'sólo', 'este' y 'éste', 'aquel' y 'aquél'? La posibilidad de seguirles poniendo tildes a estas palabras no es para mí irrelevante ¿Cómo saber, si no, lo que se está diciendo en la frase 'Estaré solo mañana'? Si se la escribe en un mail un hombre a su amante, la diferencia no es baladí: sin tilde significa que estará sin su mujer; con tilde que mañana será el único día en que estará en la ciudad. No es poca cosa, la verdad. Por menos ha habido homicidios".

Nuestra lengua es rica y bella. Fomentemos su difusión, pero no a costa de una simplificación sin un propósito claro. Oficialmente, nuestra escritura es ahora un poco menos elegante y menos clara.

19/9/11

¿Qué pasó ayer? (Versión mexicana)


Se ha convertido en un ritual, que ya completa una década, el que un grupo de amigos hagamos una peregrinación a la ciudad de Las Vegas, el Disneyland de los adultos contemporáneos, bajo el pretexto de celebrar el aniversario de nuestra independencia, y con el objetivo de estrechar lazos, fincar nuevas amistades y departir fuera de nuestras ocupaciones. De esta manera, lo que empezó como el típico viaje de solteros, hoy se ha convertido en una cofradía de camaradas que año con año abonamos una semilla más a la tradición, reforzando la amistad y el cariño que nos une.

Si bien es cierto que los que acudimos a la puntual cita anual hemos ido cambiando con el tiempo y que hoy ya no somos unos niños, la máxima de todo viaje se cumple en este caso: se disfruta y se discute la preparación del mismo; cada nueva ida es mejor que la anterior y, por último, la interminable cantidad de anécdotas que nos han sucedido son tema recurrente de nuestra conversación al tener oportunidad de reunirnos.

Para los casados o los comprometidos, el asistir implica desde tener la fortuna de que se junte la convención de su grupo de profesionales en las mismas fechas y en el mismo lugar, el tener que asumir compromisos de carácter anual o el invertir sus ganancias en la fina bolsa o en la pulsera compensatoria. ¡Qué importa! Se hace lo que sea necesario para no perdérsela.

¿Qué hacemos? Lo que pasa en Las Vegas se queda en Las Vegas. Puedo apuntar que juntos logramos sumar un año más a esta ceremonia tan entrañable; nos congratulamos con el que ganó y acompañamos en su dolor a quien perdió; reafirmamos el placer de cenar juntos; comparecemos a la tradicional función de boxeo y asistimos a un concierto de los que se arman en esas fechas para mexicanos; se curan las heridas en la alberca del hotel en turno, admirando, solo eso, a las mujeres más bellas que puedan estar juntas en un mismo lugar y momento; y lo más importante, simplemente no se hace nada, ya que es tal la confianza y el respeto que campean, que los horarios no se imponen, cada quien es libre de hacer lo que quiera sin que nazcan absurdos agravios. Eso sí, siempre estamos juntos, pasada la medianoche, alrededor de la mesa de ruleta, con whisky, vodka y ron, esperando que ese negligente ocho negro o el más presto diecisiete, nos den una gran alegría.
                 
Nuestra vida no puede ser lineal, no podemos alimentar la rutina diaria, por más satisfactoria que ésta sea, sin que llegue un momento en que nos sintamos ofuscados y perdidos. El ser humano necesita, de vez en vez, vivir nuevas vidas, charlar de lo que nunca habla y simplemente ser distinto. Así luchamos contra el irremediable destino del conformismo y sumamos, además de arrugas, sonrisas cómplices que delatan una nueva esperanza: que la vida sí tiene un sentido que hace que valga la pena ser vivida.

13/9/11

Entre tirios y troyanos


"Es vano ponerte a escribir si te tiemblan las piernas".

Henry David Thoreau

No puedo negar la cruz de mi parroquia. Soy tuitero y me enorgullece aceptarlo, ya que adoro mi afición y mi adicción. Pero no soy cualquiera, sino que soy de los que han aprendido a definir sus gustos de lectura y escritura, inclinándome por las buenas frases, los aforismos, la poesía, la fina ironía y, en algunos casos, la crítica. Día con día leo algo valioso que hace que valga la pena invertirle tiempo y, a partir de ahí, puede que nazcan magros esfuerzos por plasmar mis ideas.

Un tuitero que se respete a sí mismo no puede dejar de hacer metatuiteratura, es decir, hablar de Twitter, tal como el escritor, alguna vez, expresará sus afectos y desencuentros sobre el libro, los autores y los textos. Un caso excepcional que dignifica lo que se tuitea es el de Juan Villoro (@JuanVilloro56), quien abrió su cuenta el día 18 de marzo de este año, teniendo a la fecha 44 764 seguidores con tan sólo 290 tuits, de los cuales ha dedicado un número importante a escribir de esto, mismos a los que me referí en una entrada anterior.

Sin tener datos ciertos, uno de cada cinco tuits es sobre esta red social, fenómeno que no se había presentado en otros medios de comunicación. Entre otros factores, esto sucede ya que Twitter, en unión de una elitista y vilipendiada aplicación llamada favstar, fomentan una disparatada competencia de egos al tratar de cuantificar la popularidad.

Desafortunadamente, en el tipo de lectura que me gusta es donde la lucha se incrementa. Todo el que escribe tiene el sueño de ser leído y una de las ventajas de ser popular en Twitter es la certeza de que tu mensaje le llegará a alguien. Y el ser conocido no necesariamente deriva de la calidad de lo que posteas, sino de otros factores de carácter subjetivo y variable, que hacen que el tuitero no se concentre realmente en mejorar, al tratar de controlar algo que está fuera de su alcance.

De esta manera, la absurda creencia de que uno vale en razón del número de seguidores, las estrellas que colecta en favstar y la cumbre, entrar en el cuadro de honor de los más grandes tuiteros, es motivo de trifulca diaria, de campañas de boicot y bloqueo, de sesudos estudios sobre el tema, de prácticas que lo único que hacen es saturar nuestra querida herramienta de basura, haciendo que uno observe lo mismo hasta el cansancio y, lo más triste, perder la esencia de esto, que es leer y tratar de escribir bien.

Todos los que tuiteamos, de una u otra manera participamos en este choque de trenes. En algún otro momento describí los errores que he cometido en mi devenir por Twitter y que me llevaron a construir una ética personal, no para dar gusto o imponer algo a cualquiera, sino para delimitar la manera en la que trato de comportarme en esta red social. Pretender imponer un código de conducta es totalmente absurdo e imposible, partiendo de la disyuntiva de encontrar al santo que esté calificado para asumir el cargo de censor.

Dentro de esa loca carrera por ser el mejor, se pierde de vista que dada la innumerable cantidad de ofertas de comunicación, pretender que desde el anonimato se salte a la fama fuera de Twitter, es prácticamente imposible. Además, la competencia, desde un inicio es desigual, ya que en ella han entrado personajes y escritores con más o menos fama, que por el hecho de abrir una cuenta y decir lo que sea, sus admiradores preconstituidos, les aplauden todo.

Por regla general, al usar Twitter, prefiero a los escritores que aquí nacieron a los ya hechos que tuitean por la razón que sea. No quiero decir si son buenas o desagradables personas: en la literatura eso es irrelevante. Mi punto es, que si quiero leer, a guisa de ejemplo, a Gabriel García Márquez, no lo busco en esta red, porque antes de esto ya sabía quién era y que lo que ha escrito se encuentra plasmado en libros. Con los tuiteros pasa lo contrario, tal como lo expongo a continuación:

El hallazgo de un buen tuitero es un placer adicional que proporciona Twitter, por su brevedad, a diferencia de lo que hoy nos sucede en las librerías, los libros y las recomendaciones. Nuestro tiempo es finito y la cantidad de textos por leer es interminable, de tal manera que uno tiene que decantar. En mis lecturas personales tienen preferencia los clásicos, ya que no puedo darme el lujo de desperdiciar mis horarios en algo que a final de cuentas no me gustó. 

El tuitero se abre al aprendizaje y a la crítica; el escritor, con la experiencia del oficio y con las notables excepciones de siempre, lo sabe todo y se siente en el aula, olvidando que esto no es una librería, ni está firmando autógrafos.

Al tuitero, como dije, se le descubre aquí, éste es su espacio vital. En cambio, el escritor es esclavo de sus textos ya publicados; no puede ir a contracorriente ni arriesgar lo mucho o poco ganado fuera de la red. Por esta razón, muchos autores sólo utilizan Twitter como un portal de noticias y enlaces a sus publicaciones.

El relativo anonimato del tuitero le da frescura y mordacidad. El escritor no puede desprenderse de su biografía y de sus compromisos, ya que a final de cuentas es su trabajo.

Para mí, leer un libro es un placer, pero trato de hacerlo con una actitud crítica. Si el texto que leo no me gusta, lo desecho y es difícil que vuelva a invertir en el escritor. El tuitero, sin ganar nada más que alimentar su ego, escribe y quizás acierte, pero un solo yerro le puede costar un democrático unfollow.

Además, el tuitero, en su anonimato, se enfrenta a la absurda costumbre de la reciprocidad que, paradójicamente, implica la no lectura. Es una constante que una persona que pretende que leas sus textos alabe los tuyos; luego, al empezar a seguirlo, por arte de magia la admiración desaparece, y si uno se aburre y lo deja de seguir, de inmediato el otro hace lo mismo, aún manifestando su inconformidad.

Con el escritor sucede lo contrario, ya que no necesita abrir brecha para conseguir lectores. Eso ya lo hizo antes. Lo que me parece inexplicable de muchos seguidores de sarcásticas plumas, son sus loas a un camelo, a un "voy al baño" u otro sinsentido del famoso. Quizá crean que es Sylvia Beach y que les publicará su proyectado Ulysses, lo cual me permito dudar. El tuitero no puede darse ese lujo, ya que como implícitamente no promete nada, la lealtad nunca está asegurada.

Al abrir una cuenta en Twitter, todos estamos en el mismo plano. No allanamos propiedad privada ni le robamos la plaza a nadie. Aquí no hay títulos nobiliarios ni linajes que valgan. Uno debe estar abierto a la crítica a la que se expone cualquiera que publica un texto. Nunca en la historia habíamos tenido la posibilidad de que nuestro pensar fuera leído por tantos. No tiremos a la basura un medio genial de comunicación por vanidades y disputas absurdas. El número de personas que realmente nos lean únicamente depende de nuestro esfuerzo al escribir y de nuestro corazón que nos inspira y nos susurra la palabra.

12/9/11

La metatuiteratura de Juan Villoro


El excelente escritor mexicano Juan Villoro (@JuanVilloro56) abrió su cuenta en Twitter el 18 de marzo de 2011, con un éxito sin igual en su género. Al día de hoy, tiene 152, 646 seguidores con tan solo 459 tuits, todos ellos geniales por cierto; de esta forma, por cada nueva publicación, nuestro personaje suma 632.56 nuevos seguidores, cifra por demás sorprendente.

El autor en comento no se sustrajo al fenómeno que nos atrapa a todos los tuiteros, es decir, hablar de Twitter. Empero, su metatuiteratura es diferente, ya que no incurre en clichés, ni recurre al ataque o la crítica sin sentido. Bueno, por eso es Juan Villoro. Con las disculpas correspondientes, no pude evitar recopilar estas pequeñas joyas, las cuales transcribo a continuación:

En Twitter el silencio se vuelve misterioso de inmediato. Si no escribes en 10 días eres como un novelista que lleva 10 años sin publicar.

Después de ver una obra de Oscar Wilde, un amigo me dijo: "¡Está llena de tuits!".

En otros tiempos el hombre ponía un oído en tierra para saber si se acercaba un tren lejano. Hoy esa locomotora se llama Twitter.

Una bici fija hace pensar que avanzas y Twitter hace pensar que piensas. La ilusión quema calorías.

Los mexicanos caemos pero no sin frases. ¡Twitter es un invento perfecto para el apocalipsis nacional!

Otra ventaja de Twitter: el editor es un aparato amable que nunca te dice lo mucho que le debes.

Twitter te pregunta si estás seguro de que quieres borrar pero no te pregunta si estás seguro de que quieres escribir. Debería ser al revés.
                                                                                                         
El "hashtag" (#) tiene ventajas religiosas: permite crear una secta rápida.

Retuitear nos acerca al budismo: repetimos oraciones recibidas sin esperar la salvación individual.

En el futuro las misas serán electrónicas. Las plegarias tendrán 140 caracteres.

Las nuevas supersticiones 1: Si marcas "unfollow" en martes 13, pierdes seguidores.

2: Tuitear para que no llueva sólo funciona si traes paraguas.

3: Tuitear con gripe descarga el celular.

4: Los tuits románticos sólo funcionan cada 28 días (la luna llena es digital).

5: Tuitear en la iglesia ofende a los santos (se sienten followers de Dios: Los tuits románticos sólo funcionan cada 28 días [la luna llena es digital]).

6: Retuitear en el avión espanta a los ángeles (y quita millas de viajero frecuente).

7: La indiferencia es sexy. Si alguien te gusta, ignórala con pasión. Debe creer que jamás le mandarás un tuit.

8: Después de hacer el amor hay que esperar al menos media hora para volver a Twitter (si no, califica como infidelidad).

9: Todos los seguidores con fantasmas.

10: Dios no recibe tuits, solo los contesta.

¿Qué si me administran mi cuenta? Me declaro incapaz de administrar mi vida interior, pero Twitter pertenece a la vida exterior.

¿Por qué a los lectores de Twitter se les llama "seguidores"? ¿Logrará un tuitero mexicano tener suficientes para reconquistar Texas?

En Twitter todos somos arqueros zen: disparamos sin ver el blanco.

Twitter es el único medio de comunicación que fomenta la discreción: dejé de escribir y aumentaron los seguidores.

Los tuits son como las aceitunas: después de diez, quieres algo más fuerte y menos redondo.

Lichtenberg anticipó Twitter: "Esas son razones espermáticas [...] Pequeñas pero importantes para muchos.

Los mensajes en el refrigerador nos prepararon para Twitter. El cerebro se acostumbró a leer de prisa sabiendo que detrás hay comida.

Los tuits duran más en la mente que en los ojos: lo breve tiene una larga historia.

Tormenta en Twitter: los relámpagos son horizontales.

"No la hagas de tuit", dijo ella. A veces el deseo dura 140 caracteres.

Mi nombre ya estaba tomado en Twitter: ¿un pariente?, ¿un replicante? Con la filosofía te conoces a ti mismo; en la red conoces a tu doble.

7/9/11

"Solo los incompetentes y los necios copian". Julien Green


Muchas veces he soñado con escribir sobre París un libro que fuese como un largo paseo sin objetivo, uno de esos paseos en los que uno no encuentra nada de lo que busca, sino buen número de cosas que no buscaba. De hecho, solo de esta forma me siento capaz de abordar un tema que me desalienta y me atrae por igual. De entrada, me parece que no voy a decir una palabra de los grandes monumentos ni de todos los lugares que podrían despertar la expectativa de una descripción en regla. Tal vez por haberlas contemplado demasiado, no veo ya las glorias arquitectónicas de París con la necesaria libertad de espíritu. Predispuesto en su favor o en su contra, he tomado partido, soy injusto. Mil veces he deseado ver la torre Eiffel bajo las aguas, me agradaría saber que los dos Palais, el grande y el pequeño, que afean el Cours-la-Reine, han desaparecido durante la noche. Mis preferencias se orientan hacia las piedras viejas, no lo oculto, pero bostezaría hasta las lágrimas si tuviera que escribir una sola página sobre el Hotel des Invalides, pues, gustándome como me gusta, no sabría realmente qué decir de él. Del mismo modo, quedaría mudo frente a Notre-Dame, y refrenaría mis palabras, sin duda, la vergüenza de lo que me oiría decir, aunque admiro sin envidiarla la valentía de aquellos cuya suficiencia o genio lanza al asalto de tamaño monstruo. Por mi parte, prefiero callarme, y Notre-Dame, para mí, sigue siendo Notre-Dame, y punto.

A mis ojos, París continuará siendo el decorado de una novela que nadie escribirá jámas ¡Cuántas veces he regresado de largos zanganeos a través de viejas calles con el corazón en un puño por todo lo inexpresable que había visto! 

¿Estoy ante una ilusión? No lo creo. A menudo, en el hondón de un barrio viejo, me detengo de pronto frente a un gran ventanal engalanado con falsos encajes y sueño infinitamente con los destinos desconocidos que se despliegan a cubierto de esos cristales sin luz. Mis ojos distinguen un ramillete que cambia o desaparece con el ritmo de las estaciones, colocado en medio de una mesa recubierta por un paño oscuro. Y eso es todo, aunque tal vez sea suficiente. ¿Quién vive, quién muere entre esas paredes? Para un novelista, toda existencia, incluso la más simple, conserva su irritante misterio, y la suma de todos los secretos que contiene una ciudad tiene algo que unas veces le estimula y otras le abruma ¡Qué enorme despilfarro de situaciones, de palabras, de imprevistos, de personajes, de escenificaciones! ¿Cómo no sentirse impresionado frente a semejante competencia? No es posible copiar. Solo los incompetentes y los necios copian. No, es preciso hacerlo igual de bien, si se puede, con medios que sean nuestros. Entonces comienza el extraño suplicio de la página en blanco, en la que hay que abrir una ventana que no sea la que he visto hace un instante, pero cuyo realismo resulte igualmente categórico.

Muchas veces me he preguntado, durante los largos años de guerra que pasé lejos de París, cómo podía caber, en una pequeña casilla del cerebro humano, una ciudad tan grande. París se había convertido para mí en una especie de mundo interior por el que vagaba en las difíciles horas del alba, cuando la desesperación merodea en torno al durmiente que se desvela. Sin embargo, necesité tiempo para cruzar deliberadamente el umbral de la ciudad secreta que llevaba en mí, pues lo que primero vino fueron las negras semanas durante las que el solo nombre de París trituraba el corazón a quien lo escuchara. Me cerré por tanto a mí mismo las puertas de mi ciudad, corté las avenidas en el punto más remoto que me fue posible. Por la noche, sin embargo, desobedeciendo mi propia consigna, semejante a un espía o a un ladrón, me deslizaba por las calles, iba sin meta de una casa a otra. De repente, aparecía en una habitación en la que se escondían unos amigos ¡Cómo! ¡Es usted! ¡Eres tú! Se iniciaba entonces un diálogo interminable que duraba hasta el clarear del día. Lo que no podíamos decirnos, de una orilla a otra del Atlántico, nos lo decíamos con toda franqueza  en esas conversaciones alucinadas. No mediaba ya toda aquella agua entre nosotros, yo había abolido el espacio, estaba allí. Mi deseo de saber no tenía fin. Al salir, tocaba con la mano las piedras de las casas y el tronco de los árboles, y me encontraba, al despertar, con la extraña sensación de haber quedado a un tiempo colmado y chasqueado.

A fuerza de pensar en la capital, terminaba por reconstruirla en mi interior, y sustituía su presencia física por otra cosa casi sobrenatural a la que no sé qué nombre dar. Un plano de París fijado en la pared retenía largo tiempo mis miradas y me instruía casi sin darme cuenta. Descubrí que París tenía forma de cerebro humano...

...Sea como fuere, el plano de París me ayudó más de un día a superar horas difíciles, y dado que le había encontrado el parecido que acabo de mencionar con el cerebro humano, me esforzaba por circunscribir en los límites de esa ciudad todas las circunvoluciones que había observado en el pasado. De este modo, me complacía creer que yo había nacido en el ámbito de la imaginación y que había crecido en medio del recuerdo. 

1/9/11

"¿Qué se requiere para ser un buen abogado?"

En 1954, un niño de 12 años escribió una carta a Felix Frankfurter, a la sazón uno de los ministros más distinguidos de la Suprema Corte de Estados Unidos, pidiéndole consejo para convertirse en un buen abogado. La respuesta de Frankfurter se hizo famosa y aquí la reproducimos.
Estimado Paul:
Nadie puede ser un abogado verdaderamente competente, a menos que sea un hombre culto. Si yo fuera tú, me olvidaría de toda preparación técnica de la ley. La mejor manera de prepararse para la carrera de leyes es siendo una persona letrada. Solamente así puede adquirirse la capacidad de usar el idioma en el papel y en el discurso, con los hábitos de un pensamiento claro que sólo una educación liberal puede brindar. No es de menor relevancia para un abogado el cultivo de su imaginación mediante la lectura de poesía, la apreciación de grandes obras de arte, en su versión original o en reproducciones disponibles, y escuchar buena música. Llena tu mente con los frutos de las buenas lecturas; amplía y profundiza tus sentimientos experimentando a través de otros, en la medida en que te sea posible, los maravillosos misterios del universo… y despreocúpate de tu futura carrera.
Felix Frankfurter

(Citado en el artículo del maestro Gerardo Laveaga, "No es lo mismo ser Juez que Ministro", publicado en El Mundo del Abogado, septiembre 2011).