17/2/12

En busca de la amistad perdida


En algún momento, todos hemos escuchado frases como “un amigo fiel vale por diez mil parientes”; “un amigo es un tesoro”; “mientras se tenga al menos un amigo, nadie es inútil”; “todo mi patrimonio son mis amigos” y muchas más de igual naturaleza, las cuales ensalzan la amistad, la ponderan como un valor en suma apreciable e inmutable.

Parece entonces absolutamente indispensable generar las condiciones idóneas para estar cerca de al menos alguien con quien construir y permanecer en el tiempo, alguien que siempre estará ahí, que nunca cuestiona con mordacidad, que sabe escuchar; alguien que nos acepta tal como somos y con quien siempre, siempre, podremos contar.

En la Ética a Nicómaco, libros VIII y IX, Aristóteles estudió a este valor, apuntando que: La presencia de los amigos en la buena fortuna lleva a pasar el tiempo agradablemente y a tener consciencia de que los amigos gozan con nuestro bien. Por eso debemos invitarlos a nuestras alegrías, porque es noble hacer bien a otros, y rehuir invitarlos a participar en nuestros infortunios, pues los males se deben compartir lo menos posible. Con todo, debemos llamarlos a nuestro lado cuando han de sernos de ayuda y, recíprocamente, está bien acudir de buena voluntad a los que pasan alguna adversidad aunque no nos llamen, porque es propio del amigo hacer bien, sobre todo a los que lo necesitan y no lo han pedido, lo cual es para ambos más virtuoso. De todos modos, no es noble estar ansioso de recibir favores, por más que igualmente hemos de evitar ser displicentes por rechazarlos.

Todas sus profundas disertaciones llevaron al estagirita a señalar tres clases de amistad: la perfecta, la que nace por interés y la que nace por el placer. La primera es la que se da entre hombres iguales y en iguales condiciones; en las dos últimas, la afinidad se sujeta al beneficio que puede obtenerse, sea material o sea moral.

Así pues, es tal la idealización de la amistad que si no se reúnen todas las características descritas desde la sabia antigüedad griega hasta el día de hoy, nuestras relaciones con los demás entrarán en una genérica bolsa de lo que podríamos llamar “conocidos”, “cuates”, “gente con intereses comunes” o, a lo mucho, “compañeros”.

En un bello pasaje de El último encuentro, Sándor Márai escribe: –Estaría bien saber... si de verdad existe la amistad. No me refiero al placer momentáneo que sienten dos personas que se encuentran por casualidad, a la alegría que les embarga porque en un momento dado de su vida comparten las mismas ideas acerca de ciertas cuestiones, o porque comparten sus gustos y sus aficiones. Eso todavía no es amistad. A veces pienso que la amistad es la relación más intensa de la vida… y que por eso se presenta en tan pocas ocasiones... la amistad es la relación más noble que pueda haber entre los seres humanos. Es curioso: los animales también la conocen. Existe la amistad entre los animales, el altruismo, la disposición para ayudar... Los seres humanos organizan su ayuda común… aunque a veces les cuesta vencer los obstáculos que se presentan; siempre, en cada comunidad de seres vivos, hay personas fuertes y abnegadas. He visto cientos de casos en el mundo animal. Entre los hombres he visto menos. Para ser exactos, no he visto ninguno. Las relaciones basadas en la simpatía que he visto nacer y desarrollarse entre los seres humanos han terminado ahogándose invariablemente en los cenagales de la egolatría y de la vanidad. El compañerismo y la camaradería adquieren en ocasiones el aspecto de la amistad. Los intereses en común pueden producir situaciones humanas que se parecen a la amistad. También la soledad hace que las personas se refugien en relaciones más íntimas: al final se arrepienten, aunque al principio crean que esa intimidad es ya una forma de amistad. Claro, todo esto no tiene nada que ver con la verdadera amistad. Uno está convencido... de que la amistad es un servicio. Al igual que el enamorado, el amigo no espera ninguna recompensa por sus sentimientos. No espera ningún galardón, no idealiza a la persona que ha escogido como amiga, ya que conoce sus defectos y la acepta así, con todas sus consecuencias. Esto sería el ideal... Por eso no tenemos ningún derecho a exigir ni la verdad ni la fidelidad de aquel a quien un día aceptamos como amigo, ni siquiera aunque los acontecimientos hayan demostrado que ese amigo ha sido infiel.

Alguna vez leí un comentario sarcástico de un editor, calificando como “gringo en Acapulco o perrito persiguiendo coches a quien se atrevía a llamar amigo a quien no reuniera todos los elementos que ello implica. (Quizá la edad del personaje le lleva a pensar así). Curiosamente, el 10 de octubre de 1952, en una carta que Octavio Paz le dirigió a Rogelio de la Selva divulgada por Reforma, el poeta escribió:  Permítame, ante todo, que lo llame amigo aunque no tengo el gusto de conocerlo personalmente. Pero su amable y eficaz intervención ... me autoriza, acaso sin derecho, a considerarlo como un buen amigo¿Para Paz la amistad era sinónimo de prebenda? Pienso que no.

El mundo que nos tocó vivir, con su frenético crecimiento, con la idealización de lo banal, con el imperio de lo efímero, con la modernidad líquida, tan aterradora como real, en palabras de Zygmunt Bauman, con la dificultad de trasladarse con soltura y seguridad, en fin, con todas sus vicisitudes, hace imposible conseguir ya no amigos, un solo amigo con todo lo indicado.

A mi entender, como usuario de las redes sociales, es paradójico que en tiempos donde los elementos para comunicarnos entre todos nosotros están al alcance de la mano, una gran parte de los comentarios que leo se refieren a la soledad, no al deseo y al placer de ella, sino al doloroso sentimiento. ¿No será que esa perenne sensación de abandono y olvido deviene del contexto cultural que heredamos de lo que es un amigo y que en los tiempos modernos –siendo sinceros– es imposible hallar?

Cuando uno hace de su entorno su única fuente de relación, llega un momento en que acaece el hartazgo, la vacuidad. Por ejemplo, después de una dura jornada de trabajo, lo que menos se me apetece es reunirme con abogados para seguir hablando del mundo jurídico. Nuestra mente, así como nuestro cuerpo, nos piden diversidad, descanso y apertura a mundos nuevos. Por ello es que me he preocupado por construir círculos afines a mis intereses: dentro del ajedrez, la literatura, la historia de México, la música, la tecnología, la pintura y demás. Es decir, cuando estoy “hasta la coronilla” de algo, me basta con integrarme al espacio que me apetezca para olvidar rápidamente el tedio cotidiano. De toda esa gente no espero nada –o sea, parece que nace una amistad perfecta, conforme lo dicho por Aristóteles– y creo que ellos no esperan tampoco nada de mí; es más, pueden pasar meses sin que sepamos unos de los otros, pero basta con el hecho de encontrarnos, real o virtualmente, para que la simpatía fluya, para que resurja nuestra condición de amistad.

Como puede dilucidarse, vivimos encerrados en un mundo lleno de paradigmas que nos impiden entender y entendernos, no obstante que la humanidad abre paso a nuevos moldes que antes era inaceptable siquiera mencionar, como las uniones de parejas del mismo sexo, la clonación, la fecundación in vitro, el concepto de autoridad y democracia. En otras palabras, estamos inmersos en una crisis mundial, además de económica y política, de cultura, de valores, de falta de sueños por los cuales luchar.

En ese contexto, ¿es inmutable el concepto de la amistad? ¿Podemos construir “amigos” temporales o generarlos en las redes sociales? Quien dice que no, no entiende el mundo de hoy o debe tener nexos financieros con la psiquiatría o con los laboratorios farmacéuticos. La vida merece ser vivida a plenitud y tenemos la obligación de intentar ser felices. No esperemos nada de nadie y disfrutemos la buena charla, la compañía sin recelos y con apertura de mente. Honestamente, prefiero tener un millón de amigos, que una vida miserable y plena de amargura.



14/2/12

Dos cucharaditas de azúcar


Cuando le preguntaron a Noel Gallagher el significado de la palabra "wonderwall" en una de sus canciones más famosas, la cual fue dedicada a su pareja de entonces, él respondió: "Anything that makes you happy or brightness your day. From the smallest thing to someone who means a lot to you".

Para mí, es una de las canciones más bellas que he escuchado. No por nada en diversas votaciones ha sido mencionada como una de las diez mejores piezas de la historia del rock. Este cursi 14 de febrero me nació recordar esta gran letra:

Este día siempre te lo harán recordar,
tú ya deberías haberte dado cuenta
de lo que tienes que hacer,
no creo que nadie sienta
lo que yo siento por ti ahora.

Escuché que el fuego de tu corazón se apagó, 
estoy seguro que ya lo habías oído antes,
pero tú nunca dudaste en absoluto 
y no creo que nadie sienta
lo que yo siento por ti ahora.

Y todos los caminos por los que debemos ir son difíciles 
y las luces que nos guían están apagándose,
hay muchas cosas que gustaría decirte
pero no sé cómo;

porque tal vez 
tú seas la que vaya a salvarme, 
porque después de todo, 
eres mi hermoso apoyo.

Dije que quizás
tú seas la que vaya a salvarme
porque después de todo
eres mi hermoso apoyo.

10/2/12

"Postales inauditas", Nuria Amat


Las ciudades están hechas de personas. Las ciudades literarias están hechas de escritores. Una ciudad literaria sin escritores es tan imposible como otra ciudad literaria sin escritores.  Qué mejor recuerdo del viajero para con el lector (viajero también él, pero quieto) que el envío de una postal ofreciendo la imagen viva y coloreada de las mejores instantáneas del viaje. Qué mejor regalo para un lector que las vistas de distintos escritores moviéndose por la ciudad fantasma.

El viajero de este viaje no sabe de otra cosa. Sus postales reflejan lo que se ve. Son imágenes sencillas y paradigmáticas de lo que conoce. Nada más. El viajero de este viaje habla de escritores porque éste y no otro es su mundo más cercano. Escribe postales inauditas. Instantáneas felices de un mundo que no ha muerto y sueña con resucitar en cada recuerdo enviado. Mundo donde los escritores sobreviven, viajan y escriben postales para matar el recuerdo y tratar de distorsionar el tiempo.


7/2/12

"Centuria 61", Giorgio Manganelli


Un joven se está dirigiendo a una cita con una joven, a la que pretende decir que considera inútil, pernicioso, dispersivo y monótono seguir viéndose; en realidad él nunca ha amado a la joven, pero ha sentido por ella, sucesivamente, sentimientos de galantería, de devoción, de admiración, de esperanza, de perplejidad, de distancia, de desilusión, de irritación; ahora, la irritación se está convirtiendo en una forma de suave e insultante aburrimiento, porque él supone que en cierto modo la mujer no está dispuesta a olvidarle, y teme haber alcanzado en su vida una posición que le alarma. Al repasar la serie de sentimientos que ha experimentado hacia la joven, reconoce que en ocasiones se ha comportado con excesiva fragilidad, y que ha confiado —¿confiado en qué?—. Confiado en que ambos fueran diferentes, porque tuvieron un espacio en el que inventar una historia; que parte de su malestar no depende de ella, sino de su comportamiento ridículamente fantástico e irresponsable.

En el mismo momento la joven se dirige a la misma cita, con la intención de ponerlo todo en claro; es una mujer que ama la sencillez y la claridad, y piensa que las ambigüedades y las imprecisiones de una relación que no existe se han prolongado excesivamente. Nunca ha amado a aquel hombre, pero debe reconocer que ha sido débil; ha pedido su ayuda de manera imprudente, ha tolerado el crecimiento de un tácito equívoco en el que ahora se siente injustamente atrapada. La mujer está irritada pero la prudencia le aconseja tranquilidad y calma. Sabe que aquel hombre es pasional, un fantasioso, capaz de ver cosas que no existen, y de poner en ellas una fe tan constante como infundada y vana; sabe también que aquel hombre tiene un elevado concepto de sí mismo y es propenso a mentir con tal de no soportar humillaciones. Por dicho motivo será prudente, benévola, lúcida.

Puntuales, el joven y la joven se acercan al lugar de la cita: ya está, se han visto, se saludan con un gesto, en el que la costumbre sustituye a la cordialidad. Cuando están a pocos metros, ambos se detienen y se miran, atentamente, en silencio, y repentinamente les invade un arrebato de alegría, cuando ambos comprenden, saben, que ninguno de los dos ha amado jamás al otro.


"La única manera de hablar", Philip Roth


Acostados cara a cara en la cama de columnas, se contaron sus vidas respectivas hasta que les envolvieron las sombras del atardecer y oscureció del todo, hasta que no les quedó nada por revelar y quedaron cara a cara, al desnudo. Y entonces, como si Bucky no estuviera lo bastante cautivado por ella, Marcia le susurró al oído algo de lo que acababa de enterarse:

"–Esta es la única manera de hablar, ¿no es cierto?".

3/2/12

Un par de palabras


Tengo que decirte un par de palabras. Fuimos tan lejos, que ahora no sé cómo regresar. Queriéndote todo, me ofreces nada. Aun así, no puedo dejar de pensar que te quise y te quiero tal y como no eres, como no fue ni será, como si nada, como no me lo pediste,  como te imagino y te defino y, sobre todo, tal y como tú no me quisiste. Porque amo amarte y porque te amo a mares. Porque mido el tiempo para calcular tu distancia. Porque tú eres mi nosotros. Porque, contigo, es mejor no decir nada mientras se escucha el silencio. Después de tanto, después de tan poco, solo te pido que no me sigas... tan solo te pido que me acompañes.