Compartir el gusto de la lectura, uno de los placeres más cómplices, rituales, gozosos, fecundos de la amistad, se realiza noblemente, con frecuencia, a través del préstamo de libros. Con pareja frecuencia, la devolución de los libros demora demasiado, si es que llega a cumplirse. Como si estos entes impresos, empastados, que pueden abrir los caminos de la amistad y el conocimiento como cerrar los del domicilio y procrear el horror a las mudanzas, siguieran un destino propio, eligieran estante, librero, destinatario final; como si estuviéramos destinados nosotros mismos a perder algunos libros en manos amigas o a perderlos ellas en las nuestras.
He comprobado no ser el único en contar con un estante de “libros prestados”. De poco vale la precaución: el estante tiende a engordar, y mientras más cercanos son los amigos, menor la preocupación de devolverlos. Tengo libros de amigos que llevan conmigo diez años y han sobrevivido incluso a un par de mudanzas riesgosas, infernales. Tienen amigos libros míos que solo recuerdo que los tienen después de buscarlos durante un buen rato en mi biblioteca.
“¿Me prestas mi libro X?”, pregunté una vez a un amigo. “¡Cómo crees! –me respondió–. Sí yo lo necesito mucho más que tú”.
“El libro que recitas, oh Fidentino, es mío –escribió Marcial–. Pero, por tu pésima recitación, es casi tuyo”. Leí, releí y maltraté tanto un libro apasionante –muy mal encuadernado, por lo demás– que me prestó un amigo, que cuando, muchos años después, quise devolverlo, citando a Marcial, con la avergonzada paráfrasis “el libro que me prestaste, claro Fidentino, es tuyo. Pero, por mi manera de frecuentarlo y destrozarlo, es casi mío”, él, incrédulo ante el fajo caótico de hojas volantes –prácticamente la carnaza rancia de un cocker spaniel– , decidió: “es tuyo”.
Conocí a un bibliófilo loco que decía: “cuando alguien me pide prestado un libro, prefiero regalárselo. Porque mucho más que tener que prestar libros, me enoja que no me los devuelvan”.
Un buen día, un amigo me trajo de un país remoto un libro valioso, inconseguible en México. Al día siguiente –un mal día– presumí el libro a otro amigo, quien, tan apasionado del tema como yo, me arrebató el volumen bajo promesa de devolverlo en tres días. Su gula bibliófila, que superaba, por muy poco margen, la mía, me decidió a dar por terminado un forcejeo ridículo que solo propiciaba el deterioro prematuro del volumen flamante. “Lo voy a devorar”, dijo, como para reafirmar su palabra. A los tres días, le exigí cumplirla. Balbuceante, me confesó que a su vez había perdido el forcejeo ante la gula bibliófila, por muy poco margen superior, de un amigo suyo. La cólera me hizo formular una regla ética: “¡nunca se presta un libro prestado!”. Cólera que se acrecentó cuando me dijo el nombre de su amigo, enemigo mío. Se comprometió a recuperar mi libro de inmediato. Nunca lo hizo. Así perdí no solo un libro, sino a un amigo. ¿Qué extraño más: “mi libro” o a mi amigo? A mi amigo, pues al libro ni siquiera tuve tiempo de tomarle cariño. Pero los dos, o mejor dicho, los tres –mi “amigo”, “mi” libro y “mi” enemigo– desaparecieron para siempre de mi vista, de mi vida.
Guardo libros ajenos que no tuve tiempo de devolver. Son ya, de hecho, míos, y los cuido y quiero como a tantos que he comprado. Dos me los prestaron amigas que murieron muy jóvenes. Nunca los he leído. Acaricio sus lomos, leo el nombre de una de ellas en la primera página y sus cuidadosas anotaciones a lápiz al margen del texto; leo las tarjetas a pluma dentro del volumen de la otra. Aparte de algunos recuerdos muy vivos, estos libros son las únicas cosas de ambas que conservo.
Este pequeño artíuclo tienes mucha razón, no tenemos la cultura de devolver las cosas y más sobre los libros ya que se piensa que so de poco valor. Me quedo con la parte que dice "pueden abrir los caminos de la amistad" y le agregaría pueden también cerrarlos.
ResponderEliminarEn el momento en que prestas un libro, tienes la certeza de que éste nunca te será devuelto. El por qué a ciencia cierta no lo sé, tal vez sea por que a los demás les hace mas falta o por que es una manera de tenerte siempre presente.
ResponderEliminarQué detestable es esa situación. Incluso se presta para el chiste que no se sabe quien comete un mayor error, si el que lo presta o el que lo devuelve. Un libro es un objeto personal que debiera ser respetado y valorado como tal, un bien que promueve aprendizaje y susceptible de herencia.
ResponderEliminar"como si estuviéramos destinados nosotros mismos a perder algunos libros en manos amigas o a perderlos ellas en las nuestras" esta frase es una realidad siempre que prestamos un libro sabes que muy difícilmente lo volveremos a ver, sabemos que al préstarlo ya lo perdimos.
ResponderEliminar"Las cosas prestadas se devuelven", aunque en ocasiones por la confianza que existe no lo haces pero eso no es motivo para aprovecharte de la buena voluntad de las personas, pues no sabes cuanto le costo adquirir el libro.
ResponderEliminarBien se dice: Nunca se presta, ni un buen libro ni un buen disco, porque jamás vuelve a ti.
ResponderEliminarTiene mucha razón el artículo, prestar un libro prácticamente significa no volverlo a ver
ResponderEliminarMuchos libros he prestado, los podría enumerar sin ningún problema. Lo malo es no recordar a quien presté cada uno de esos libros.
ResponderEliminarCreo que a la mayoría nos ha pasado esto y sobre todo con nuestros libros favoritos y es cierto esto cierra caminos para una amistad.
ResponderEliminarUna vez me dijeron "el que presta un libro es un tonto, pero lo es mas el que lo devuelve", no lo se pero el devolver algo que no te pertenece se me hace un acto de confianza y honestidad.
ResponderEliminarClaro que se de esta situacion,pues yo he prestado varios libros, los cuales no han regresado a mi, pero confieso que yo me he quedado con otros tantos, por cierto Duran ahi tengo tu libro despues te lo doy.
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