30/4/11

"El desayuno del ajedrecista". Arturo Pérez-Reverte


Lo veo entrar en uno de los comedores del hotel de Montecarlo donde asisto al legendario torneo Amber Chess, que por una elevada suma de dinero enfrenta a los doce mejores jugadores de ajedrez del mundo. Es un individuo de aspecto tosco, desgarbado de maneras, vestido con chándal azul, que camina entre las jarras de zumo de naranja, las pilas de croissants, la fruta y las bandejas calientes con huevos, salchichas y tocino. Viene despeinado, sin afeitar, y lo observo con asombro porque tardo en reconocerlo. Se mueve con mucha torpeza, como si no terminase de despertar del todo, o como si, recién dejada la cama, sus miembros no acabaran de habituarse a los movimientos usuales. Hasta su forma de apoyar los pies en el suelo es peculiar: arrastra las zapatillas de deporte volviendo los pies hacia adentro, igual que quienes tienen algún defecto físico que les impide andar con soltura. A eso hay que añadir la expresión absorta del rostro: sus ojos azules bajo las cejas espesas parecen perdidos en la nada, vacíos de contenido, dándole un aire de extrema estupidez. Y todo ello, el aspecto rústico y vulgar, la expresión, la manera fatigada de moverse, lo hacen parecer fuera de lugar en el comedor del lujoso hotel monegasco; cual si un campesino de maneras burdas y chata inteligencia acabara de colarse, de manera inexplicable, entre los árabes vestidos de Hugo Boss y las rubias de acento eslavo, falda corta y piernas largas, que acompañan a hombres de negocios con camisa de seda, teléfono móvil y macizo Rolex de oro en la muñeca. 

Lo sigo con la vista, interesado, mientras coge un huevo pasado por agua. Con éste en la mano, dudando como si no supiera exactamente qué hacer, acaba por dirigirse a una mesa donde aguarda una mujer joven y corpulenta que parece su esposa. Sentándose al lado, el hombre de la expresión estúpida emplea un tiempo increíblemente largo en estudiar el huevo como si pretendiera averiguar por dónde entrarle. Al fin, torpe y lento, lo golpea un poco en el borde de la mesa y le quita la cáscara a la mitad superior antes de llevárselo directamente a la boca y comerlo despacio, con la mirada perdida de antes. Cuando acaba, deja la cáscara vacía sobre la mesa y se la queda mirando largo rato, absorto, con la misma expresión de estupidez absoluta. De gañán fuera de lugar y de momento. Y apenas se mueve cuando la mujer, con el ademán solícito que tendría si atendiese a un impedido, se inclina hacia él y, con una servilleta, le limpia restos de yema de huevo que han quedado en los pelos del mentón sin afeitar. 

Seis horas más tarde, sentado en una sala en la que reina un silencio absoluto, reverencial, me encuentro de nuevo a tres metros de ese mismo hombre. Ahora lo veo afeitado, bien peinado y limpio, vestido con un traje oscuro. Está de codos ante un tablero de ajedrez y ya no parece un campesino desaliñado y estúpido. Se llama Vasili Ivanchuk, es ucraniano, y también es el quinto mejor jugador del mundo en el ranking actual de grandes maestros. Hace dos días lo vi en esta misma sala jugar contra el noruego Magnus Carlsen, ayer lo vi enfrentado a Viswanathan Anand, actual número uno mundial, en una partida memorable, y hace cinco minutos, jugando con blancas contra el búlgaro Veselin Topalov, lo he visto sacrificar deliberadamente una torre, en el curso de un ataque audaz por el flanco de dama, preciso como un golpe de bisturí, que ha transformado la partida en un espectáculo de belleza perfecta. Y mientras sigo asombrado la progresión de su juego impecable, compruebo que la expresión absorta de los ojos azules de Vasili Ivanchuk es idéntica a la de esta mañana en el desayuno, mientras le quitaba laboriosamente la cáscara al huevo: alienada y vacía. Y así, mientras concluyo que nunca es posible estar seguro de lo que oculta la mirada estúpida, inteligente, bondadosa o malvada de un ser humano, recuerdo lo que el hombre al que tengo delante le dijo a mi amigo el periodista y gran maestro de ajedrez Leontxo García, cuando éste le preguntó, hace tiempo, si para él era concebible levantarse una mañana sin tener una partida que jugar. El ucraniano estuvo pensativo quince segundos, igual que si calculase un movimiento, y al fin respondió con un escueto «no». 

Inmóvil en mi silla, entre el reducido público, sonrío sin apartar los ojos de Ivanchuk, que sigue inclinado sobre su tablero. Ahora sé que es perfectamente posible, a las ocho y media de la mañana, jugar una partida de ajedrez contra un huevo pasado por agua.

28/4/11

"La única opinión que halaga al que escucha es la desestimación del resto". Javier Marías


Escuchar es lo más peligroso, es saber, es estar enterado y estar al tanto, los oídos carecen de párpados que puedan cerrarse instintivamente a lo pronunciado, no pueden guardarse de lo que se presiente que va a escucharse, siempre es demasiado tarde. Ahora ya sabemos, y puede que eso manche nuestros corazones tan blancos, o quizá son pálidos y temerosos, o acobardados.

Los peores enemigos son los amigos, amigo mío, no se fíe usted nunca de los que tenga más próximos, de aquellos a los que pareció que no hacía falta obligar a que lo quisieran a uno.

Sobre la almohada,  se traiciona y denigra a los otros, se revelan sus mayores secretos y se dice la única opinión que halaga al que escucha, y que es la desestimación del resto: todo lo ajeno a ese territorio se convierte en prescindible y secundario si no en desdeñable, es allí donde más se abjura de las amistades y de los pasados amores y también de los presentes.

Amadeus en mi "bucket list"


La música de Mozart marcó un reciente viaje a la República de Austria. En la salida, al escoger la selección adecuada al IPod de cantatas, sinfonías y piezas para cuerdas, más una revisión a su biografía, incluyendo la excelente pero fantasiosa película de Miloš Forman.

Desde el arribo a Viena su presencia se percibe en cada rincón de la ciudad, al límite de eclipsar a Haydn, Schubert, Liszt, Strauss, Berg e incluso al genio de Bonn, el inmortal Beethoven, todos ellos ilustres vieneses por sangre o por adopción. No hay tienda, plaza, hotel, dulces o chocolates que no rememoren al buen Amadeus. Gente caracterizada a su época, al compás de sus melodías, se dejan tomar la foto a cambio de la entrada a uno de los múltiples conciertos que de él se interpretan; no hay almacén donde no se vendan discos de su obra entera. En ningún lugar del mundo había conocido tanta devoción por un solo artista.

Lo curioso del asunto es que la capital austriaca es rica en oferta turística. Primero, el morbo del penacho para los mexicanos y que ellos lo tienen como una reliquia más de todo lo que poseen. La belleza y el buen gusto de la mejor época de los Habsburgo, es decir, el siglo XIX de Francisco José y su adorada Sissi, a la que Romy Schneider le debe la carrera; la tumba del hermano del Emperador, nuestro desdichado Maximiliano, quien arrumbado convive con los demás miembros de su estirpe —¿Carlota lo seguirá esperando en Miramar?—, en un pequeño mausoleo en el centro de la ciudad; una vida nocturna alegre y joven, grandes jardines que llaman a pasear y meditar, una gastronomía deliciosa y vasta, incluyendo una chocolatería que invita a la gula desmedida, buena cerveza y, en general, gente amable y atenta. Todo eso bien vale una misa, y todo eso queda eclipsado por la gran estatura de Mozart.

Salzburgo es el Graceland de todo amante de la música clásica; junto con Liverpool, estas tres ciudades pueden resumir lo que entiendo por el arte musical: son mi Meca personal y la peregrinación a esos santuarios es más que una obligación. Llegar a Salzburgo implica cinco horas en carretera y enfrentarse al horror de un campo de concentración. No importa, los lugares así siempre tienen que ser de difícil acometida.

La magia se percibe al instante: la música, los aromas, el ambiente, el lugar, todo nos lleva a un pequeño edificio donde el 27 de enero de 1756 nació el último de los siete hijos de Leopold y Anna Maria, Johannes Chrysostomus Wolfgangus Teophilus Amadeus, un hombrecillo que iba a revolucionar su tiempo y a marcar a generaciones. La ciudad no tiene la majestuosidad de Viena, aunque año con año se celebra el festival de música clásica más famoso del mundo. Nadie que quiera tener un nombre en esa disputada profesión es alguien si no ha sido invitado al evento.

Después de la fila necesaria y el costo del boleto, el tercer piso recuerda todo de él: su piano, sus partituras, pinturas de diversas épocas, la estrechez de la familia y la rigurosa disciplina de Leopold. El souvenir y la foto son obligadas.

¿Qué sigue después? Lo que quieran. Yo disfruté de un cuarteto de cuerda con dos solistas que interpretaron bellas arias de La flauta mágica, en un salón de estilo barroco que hacía que la acústica fuera íntima e impresionante a la vez. Realmente inolvidable.

En la vuelta, después de gastar unos euros en una selección de discos de Perahia, Kissin, Grimaud y Jacobs, bajo el amparo de una buena bebida a fin de acometer el regreso a mi realidad, en la alegría de haber cumplido uno de mis más importantes pendientes de mi bucket list.

16/4/11

"Mucho de lo que decimos es inútil". José Saramago


Las palabras cansan. Si nosotros pagáramos impuestos por las palabras, se enriquecerían los Estados. Creo que hablamos demasiado. No se necesitan tantas palabras. Mucho de lo que decimos es inútil. Pero no hay más remedio que seguir hablando porque no se encontró hasta ahora otro medio de comunicación más eficaz.

"Y pensar que nadie lo sabrá". Irène Némirovsky


Todos los que la rodeaban, la gente, su familia, sus amigos, le inspiraban sentimientos de vergüenza y furia. Los había visto en las carreteras, a ellos y a otros por el estilo, se acordaba de los coches llenos de oficiales que huían con sus preciosas maletas amarillas y sus pintarrajeadas mujeres; de los funcionarios que abandonaban sus puestos; de los políticos que, presas del pánico, dejaban un rastro de carpetas y documentos secretos a su paso; de las chicas que, después de haber llorado como convenía el día del Armisticio, ahora se consolaban con los alemanes. Y pensar que nadie lo sabrá, que alrededor de todo esto se urdirá tal maraña de mentiras que aún acabarán convirtiéndolo en una página gloriosa de la historia de Francia. Removerán cielo y tierra para sacar a la luz actos de sacrificio, de heroísmo… ¡Con lo que yo he visto, Dios mío! Puertas cerradas a las que se llamaba en vano para pedir un vaso de agua, refugiados saqueando casas… Y en todas partes, en lo más alto y lo más bajo, el caos, la cobardía, la vanidad, la ignorancia… ¡Ah, qué grandes somos!

"Las facultades se refinan cuando se está muy hambriento". Arthur Conan Doyle


Pero, ¿por qué no come?

Porque las facultades se refinan cuando se está muy hambriento. Porque, seguramente, como doctor, mi querido Watson, debes admitir que la digestión gana en el almacenamiento de sangre tanto como pierde el cerebro. Yo soy un cerebro, Watson. El resto de mí, es meramente un apéndice.

"El cerebro de una persona es como un pequeño ático vacío en el que hay que meter el mobiliario que uno prefiera". Arthur Conan Doyle


Yo creo que, originariamente, el cerebro de una persona es como un pequeño ático vacío en el que hay que meter el mobiliario que uno prefiera. Las gentes necias amontonan en ese ático toda la madera que encuentran a mano, y así resulta que no queda espacio en él para los conocimientos que podrían serles útiles o, en el mejor de los casos, esos conocimientos se encuentran tan revueltos con otra montonera de cosas que les resulta difícil dar con ellos. Pues bien: el artesano hábil tiene muchísimo cuidado con lo que mete en el ático del cerebro. Sólo admite en el mismo las herramientas que pueden ayudarle a realizar su labor; pero de éstas sí que tiene un gran surtido y lo guarda en el orden más perfecto. Es un error el creer que la pequeña habitación tiene paredes elásticas y que puede ensancharse indefinidamente. Créame, llega un momento en que cada conocimiento nuevo que se agrega supone el olvido de algo que ya se conocía. Por consiguiente, es de la mayor importancia no dejar que los datos inútiles desplacen a los útiles

15/4/11

"Los libros son nuestra contraseña para llegar a ser lo que somos". George Steiner


Los que queman los libros, los que expulsan y matan a los poetas, saben exactamente lo que hacen. El poder indeterminado de los libros es incalculable. Es indeterminado precisamente porque el mismo libro, la misma página, puede tener efectos totalmente dispares sobre sus lectores. Puede exaltar o envilecer; seducir o asquear; apelar a la virtud o a la barbarie; magnificar la sensibilidad o banalizarla. De una manera que no puede ser más desconcertante, puede hacer las dos cosas, casi en el mismo momento, en un impulso de respuesta tan complejo, tan rápido en su alternancia y tan híbrido que ninguna hermenéutica, ninguna psicología pueden predecir ni calcular su fuerza. En diferentes momentos de la vida del lector, un libro suscitará reflejos completamente diferentes.

Pero en este diálogo siempre imperfecto, los únicos que pueden ser plenamente comprendidos son los libros efímeros y oportunistas; son los únicos cuyo significado potencial se puede agotar: puede haber una apelación a la violencia, a la intolerancia, a la agresión social y política. Céline es el único de nosotros que permanecerá, decía Sartre. La tolerancia y el compromiso suponen un contexto inmenso... El odio, la irracionalidad, la libido del poder leen deprisa. El contexto se evapora en la violencia del asentimiento. De ahí el dilema profundamente enojoso y problemático de la censura. Es sucumbir a la hipocresía liberal dudar que determinados textos, libros o periódicos puedan inflamar la sexualidad; que puedan llevar directamente a la mimesis, a la imitatio, hasta el punto de dar a unas vagas pulsiones masturbatorias una concreción terrible y una urgente necesidad de ser saciadas. ¿Cómo pueden justificar los libertarios sádicos el torrente de erótica que inunda hoy nuestras librerías, nuestros quioscos y la red? ¿Cómo defender a esta literatura programática del maltrato a los niños, del odio racial y de la criminalidad ciega con que se nos machacan los oídos, los ojos y la conciencia? Los mundos del ciberespacio y de la realidad virtual se saturarán de programas gráficos y revestidos de una pseudoautoridad, de las sugestiones de ejemplos validadores de la bestialidad hacia otros seres humanos, hacia nosotros mismos (la recepción, el disfrute del trash, de la basura, es automutilación del espíritu). ¿Está equivocado totalmente el ideal platónico de la censura?

Por el contrario, los libros son nuestra contraseña para llegar a ser lo que somos. Su capacidad para provocar esta trascendencia ha suscitado discusiones, alegorizaciones y deconstrucciones sin fin... Desde Súmer, los libros han sido los mensajeros y las crónicas del encuentro del hombre con Dios. Mucho antes de Catulo ya eran los correos del amor. Por encima de todo, con algunas obras de arte, han encarnado la ficción suprema de una posible victoria sobre la muerte. El autor debe morir, pero sus obras le sobrevivirán, más sólidas que el bronce, más duraderas que el mármol... La polis que celebra Píndaro perecerá; la lengua en la que la celebra puede morir y tornarse indescifrable. Pero a través del rollo de papel, a través del elixir de la traducción, la oda pindárica sobrevivirá, seguirá cantando desde los labios desgarrados de Orfeo mientras la cabeza muerta del poeta baja por el río hasta el país del recuerdo.

El encuentro con el libro, como con el hombre o la mujer, que va a cambiar nuestra vida, a menudo en un instante de reconocimientos del que no tenemos conciencia, puede ser puro azar. El texto que nos convertirá a una fe, nos adherirá a una ideología, dará a nuestra existencia una finalidad y un criterio podría esperarnos en la sección de libros de ocasión, de libros deteriorados o de saldos. Puede hallarse, polvoriento y olvidado, en una sección justo al lado del volumen que buscamos. La extraña sonoridad de la palabra impresa en la cubierta gastada puede captar nuestra mirada: Zaratustra, Diván Oriental y Occidental, Moby Dick, Horcynus Orca. Mientras un texto sobreviva, en algún lugar de esta tierra, aunque sea en un silencio que nada viene a romper, siempre es capaz de resucitar. Walter Benjamin lo enseñaba, Borges hizo su mitología: un libro auténtico nunca es impaciente. Puede aguardar siglos para despertar un eco vivificador. Puede estar en venta a mitad de precio en una estación de ferrocarril, como estaba el primer Celan que descubrí por azar y abrí. Desde aquel momento fortuito, mi vida se vio transformada y he tratado de aprender  una lengua al norte del futuro.

13/4/11

"No es un sueño". Franklin Delano Roosevelt


En el futuro tratamos de asegurar un mundo que se base en las cuatro libertades esenciales del hombre:
La primera es la libertad de palabra y expresión en todas las partes del mundo.
La segunda es la libertad de todo hombre para adorar a su dios a su manera en todas partes del mundo.
La tercera es la libertad de subsistir, lo cual en términos universales significa arreglos económicos que aseguren a los habitantes de todas las naciones del mundo una vida saludable en tiempos de paz.
La cuarta es inmunidad contra el temor, que en términos universales significa la reducción mundial de los armamentos, a tal grado de modo tan completo que ninguna Nación esté en posición de cometer un acto de agresión física contra un vecino, en cualquier parte del mundo.
Lo anterior no es un sueño, es una base precisa para un mundo que puede lograrse en nuestros propios días y en nuestra propia generación. Esta clase de mundo es la verdadera antítesis del llamado nuevo orden de tiranía que los dictadores tratan de crear con el estallido de una bomba.

12/4/11

"Nos han engañado y nos seguirán engañando". Alejandro Rossi



Nos han engañado y nos seguirán engañando. Sin embargo, es imposible vivir creyendo que en cada ocasión se requiere un examen cuidadoso o una contraprueba. Cuando preguntamos cuál es la hora, no pensamos que nos están mintiendo. La eficacia, para no hablar de la cordura, aconseja creer que en verdad son las seis y cuarto. Sospechar del transeúnte que responde sin detenerse y sin siquiera mirarnos en una actitud que se apoya en una racionalidad lejana y abstracta. No darse por satisfecho y seguir averiguando difícilmente es una muestra de rigor o de espíritu científico. Una suspicacia continua frente a los horarios de trenes o aviones nos condena a la inmovilidad. Salvo circunstancias específicas conviene creer cuando nos aseguran que debemos voltear hacia la izquierda o que la farmacia se encuentra a tres cuadras. Compramos un libro y aunque desconocemos la editorial no juzgamos necesario revisar las doscientas setenta páginas para establecer si nos han dado gato por liebre, una novela o un reglamento en lugar del tratado.

Creer en el mundo externo, en la existencia del prójimo, en ciertas regularidades, creer que de algún modo somos únicos, confiar en determinadas informaciones, corresponde no tanto a una sabiduría adquirida o a un conjunto de conocimientos, sino más bien a lo que Santayana llamaba la fe animal, aquella que nos orienta sin demostraciones o razonamientos, aquella que, sin garantizarnos nada, nos separa de la demencia y nos restituye a la vida.

9/4/11

"Lo justo para teñir de rosa las mejillas de una jovencita". Philippe Delerm


De entrada, ya suena a hipócrita:

¡Si acaso, una copita de oporto!

Lo decimos con una ínfima reticencia, una afabilidad restrictiva. Por supuesto, no somos los típicos aguafiestas que se cierran en banda a toda liberalidad aperitiva. Pero el "si acaso, una copita de oporto" tiene más de concesión que de entusiasmo. Está bien, nos apuntamos, pero despacito, mezza voce, a furtivos sorbitos.

Un oporto no se bebe, se paladea. Y eso no sólo por su aterciopelado espesor, sino también por fingida frugalidad. Mientras los demás se solazan con el triunfal y helado amargor del whisky y el martini con ginebra, nosotros nos inclinamos por la tibieza de la Francia ancestral, el afrutado de huerto que cura, el dulzor caduco, lo justo para teñir de rosa las mejillas de una jovencita.

Las tres oes de oporto se deslizan voluptuosas en el fondo de la botella negra. El oporto rueda al fondo de un golfo oscuro, con altivo porte de gentilhombre. Nobleza clerical, austera, aunque con dorados galones. Pero en la copa tan solo queda la idea de lo negro. Más granate que rubí, es una suave lava donde flotan episodios navajeros, soles de venganza y amenazas de convento bajo el filo del puñal. Toda esa violencia, sí, pero mitigada por el ceremonial de la copita, por la mesura de los tímidos sorbos. Sol cocido, estallidos amortiguados. Perverso sabor a fruto mate en el que se han ahogado los desbordamientos, los fulgores. A cada trago, dejamos que el oporto ascienda hacia una cálida fuente. Es un placer a la inversa, que alcanza su plenitud a destiempo, cuando la sobriedad se torna solapada. A cada lengüetazo en rojo y negro, sube con más fuerza el grávido terciopelo. Cada sorbo es una mentira.





"Lo más intolerable es que se convierta en pasado quien uno imaginaba como futuro". Javier Marías


Nadie piensa nunca que pueda ir a encontrarse con una muerta entre los brazos y que ya no verá más su rostro cuyo nombre recuerda. Nadie piensa nunca que nadie vaya a morir en el momento más inadecuado a pesar de que eso sucede todo el tiempo, y creemos que nadie que no esté previsto habrá de morir junto a nosotros.

Lo más intolerable es que se convierta en pasado quien uno imaginaba como futuro.

Mañana en la batalla piensa en mí, y caiga tu espada sin filo. Mañana en la batalla piensa en mí, cuando fui mortal, y caiga herrumbrosa tu lanza. Pese yo mañana sobre tu alma, sea yo plomo en el interior de tu pecho y acaben tus días en sangrienta batalla. Mañana en la batalla piensa en mí, desespera y muere.




8/4/11

"Esto es lo que hacen los buenos. Seguir intentándolo. Jamás se rinden". Corman McCarthy



De acuerdo. Esto es lo que hacen los buenos. Seguir intentándolo. Jamás se rinden...

...Él no podía avivar en el corazón del niño lo que en el suyo propio eran cenizas. Incluso ahora una parte de él deseaba no haber encontrado nunca este refugio. Una  parte  de  él  siempre  deseaba  que todo hubiera terminado...

...Cuando sueñes con un mundo que nunca existió o con un mundo que no existirá y estés contento otra vez entonces te habrás rendido. ¿Lo entiendes? Y no puedes rendirte. Yo no lo permitiré.


5/4/11

El primer año del resto de nuestras vidas.

En los momentos de reflexión pensamos en las cosas que hicimos y en las que dejamos de hacer,  y de momento quisiéramos volver en el tiempo, lo que, no sé sin con fortuna o no, es imposible.

Lo que queda, lo imborrable, son las experiencias vividas y las enseñanzas que nos dejan. De ese bagaje, a manera de balance anual o decálogo personal, les comparto algunas de ellas:

1. Los compañeros de vida, los que nos conocen sin máscara y nos aceptan tal cual, son los que valen la pena.

2. En las relaciones personales, como en la vida misma, nunca permitamos que el valor subjetivo prevalezca sobre el objetivo.

3. Los vocablos "política" y "amistad" están demasiado agotados y carentes de valor. Hay que justipreciarlos y darles un nuevo sentido.

4. Un par de Jacks y una buena charla, ayudan más que el psicoanalista, el Prozac o cualquier libro de motivación personal.

5. No perdamos la capacidad de reírnos de nosotros mismos. Quien adopta una falsa seriedad o pose, empieza a extinguirse lentamente.

6. Sin renunciar a nuestras convicciones, nunca reveles tu pasado o pensamientos; tarde o temprano alguien los utilizará en tu contra.

7. Siempre leer ficción para conocer mejor la realidad. Es preferible un texto bien escrito con una trama y un final, que una nota tendenciosa, mal leída y mal documentada, la cual necesariamente se perderá en la vorágine de los acontecimientos.

8. Cuando uno invierte en capitales o personas, debe velar a que fructifiquen. De vez en vez, un golpe de timón es necesario.

9. Nunca esperar nada de nadie. No se pueden cambiar voluntades ni modos de pensar. Si no concuerdas, aleja o aléjate.

10. Honestidad, lealtad, tolerancia, respeto y congruencia. Valores tan sencillos de explicar, pero tan difíciles de seguir.

En conclusión, en el balance final lo positivo se impone; a lo que sigue, a vivir el primer año del resto de nuestras vidas.
 
 

3/4/11

"Acuérdense de mí y olviden mi destino". Alessandro Baricco


Es en medio de aquellas llamas como me tienes que recordar. Héctor, el derrotado: lo tienes que recordar de pie, en la popa de aquella nave, rodeado por el fuego. Héctor, el muerto que por tres veces sería arrastrado por Aquiles alrededor de las murallas de su ciudad. A él tienes que recordarlo vivo, y victorioso, y resplandeciente con sus armas de plata y de bronce. De una reina aprendí las palabras que ahora me han quedado y que quiero decirles a ustedes: acuérdense de mí, acuérdense de mí, y olviden mi destino.

"Estoy otra vez metido en mi destino. Y es más oscuro que antes, mucho más". Mario Benedetti


Es evidente que Dios me concedió un destino oscuro. Ni siquiera cruel. Simplemente oscuro. Es evidente que me concedió una tregua. Al principio, me resistí a creer que eso pudiera ser la felicidad. Me resistí con todas mis fuerzas, después me di por vencido y lo creí. Pero no era la felicidad, era sólo una tregua. Ahora, estoy otra vez metido en mi destino. Y es más oscuro que antes, mucho más.

"Una curiosa historia en Japón". Amélie Nothomb


Yo, cuando era pequeña, quería ser Dios. El dios de los cristianos, con D mayúscula. Hacía los cinco años comprendí que mi ambición era irrealizable. Así que rebajé un poco mis pretensiones y decidí convertirme en Cristo. Imaginaba mi muerte sobre la cruz, ante toda la humanidad. A los siete años, tomé conciencia de que aquello no ocurriría. Decidí, más modestamente, convertirme en mártir. Durante años mantuve aquella decisión. Pero tampoco funcionó.

—¿Y después?

—Ya lo sabe: me hice contable en la empresa Yumimoto. Y creo que no podía caer más bajo.

—¿De verdad lo cree?— preguntó con una extraña sonrisa.