9/4/11

"Lo justo para teñir de rosa las mejillas de una jovencita". Philippe Delerm


De entrada, ya suena a hipócrita:

¡Si acaso, una copita de oporto!

Lo decimos con una ínfima reticencia, una afabilidad restrictiva. Por supuesto, no somos los típicos aguafiestas que se cierran en banda a toda liberalidad aperitiva. Pero el "si acaso, una copita de oporto" tiene más de concesión que de entusiasmo. Está bien, nos apuntamos, pero despacito, mezza voce, a furtivos sorbitos.

Un oporto no se bebe, se paladea. Y eso no sólo por su aterciopelado espesor, sino también por fingida frugalidad. Mientras los demás se solazan con el triunfal y helado amargor del whisky y el martini con ginebra, nosotros nos inclinamos por la tibieza de la Francia ancestral, el afrutado de huerto que cura, el dulzor caduco, lo justo para teñir de rosa las mejillas de una jovencita.

Las tres oes de oporto se deslizan voluptuosas en el fondo de la botella negra. El oporto rueda al fondo de un golfo oscuro, con altivo porte de gentilhombre. Nobleza clerical, austera, aunque con dorados galones. Pero en la copa tan solo queda la idea de lo negro. Más granate que rubí, es una suave lava donde flotan episodios navajeros, soles de venganza y amenazas de convento bajo el filo del puñal. Toda esa violencia, sí, pero mitigada por el ceremonial de la copita, por la mesura de los tímidos sorbos. Sol cocido, estallidos amortiguados. Perverso sabor a fruto mate en el que se han ahogado los desbordamientos, los fulgores. A cada trago, dejamos que el oporto ascienda hacia una cálida fuente. Es un placer a la inversa, que alcanza su plenitud a destiempo, cuando la sobriedad se torna solapada. A cada lengüetazo en rojo y negro, sube con más fuerza el grávido terciopelo. Cada sorbo es una mentira.





5 comentarios:

  1. puede ser una analogia de como se puede disfrutar un triunfo y vaya, hasta un fracaso, con paciencia, calma y hasta un poco de ansiedad.

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  2. Una de las mejores cosas que se puede hacer es disfrutar una buena copa de vino, con una buena compañía y una plática agradable y como dice el autor, "el oporto no se bebe, se paladea" y esta frase me parece correcta para cualquier buen vino.

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  3. Esos, son los placeres del alma no solo disfrutarlos , sino también aquellos que no lo parecen.

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  4. Me encantó la descripción que el autor hace sobre el Oporto. Transformar en palabras los sabores, aromas y sensaciones al paladar, no siempre es fácil.

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  5. Sin duda esto aplica para cada placer que la vida nos ofrece. El tomarse el tiempo para disfrutar no cualquiera

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