"Es vano ponerte a escribir si te tiemblan las piernas".
No puedo negar la cruz de mi parroquia. Soy tuitero y me enorgullece aceptarlo, ya que adoro mi afición y mi adicción. Pero no soy cualquiera, sino que soy de los que han aprendido a definir sus gustos de lectura y escritura, inclinándome por las buenas frases, los aforismos, la poesía, la fina ironía y, en algunos casos, la crítica. Día con día leo algo valioso que hace que valga la pena invertirle tiempo y, a partir de ahí, puede que nazcan magros esfuerzos por plasmar mis ideas.
Un tuitero que se respete a sí mismo no puede dejar de hacer metatuiteratura, es decir, hablar de Twitter, tal como el escritor, alguna vez, expresará sus afectos y desencuentros sobre el libro, los autores y los textos. Un caso excepcional que dignifica lo que se tuitea es el de Juan Villoro (@JuanVilloro56), quien abrió su cuenta el día 18 de marzo de este año, teniendo a la fecha 44 764 seguidores con tan sólo 290 tuits, de los cuales ha dedicado un número importante a escribir de esto, mismos a los que me referí en una entrada anterior.
Sin tener datos ciertos, uno de cada cinco tuits es sobre esta red social, fenómeno que no se había presentado en otros medios de comunicación. Entre otros factores, esto sucede ya que Twitter, en unión de una elitista y vilipendiada aplicación llamada favstar, fomentan una disparatada competencia de egos al tratar de cuantificar la popularidad.
Desafortunadamente, en el tipo de lectura que me gusta es donde la lucha se incrementa. Todo el que escribe tiene el sueño de ser leído y una de las ventajas de ser popular en Twitter es la certeza de que tu mensaje le llegará a alguien. Y el ser conocido no necesariamente deriva de la calidad de lo que posteas, sino de otros factores de carácter subjetivo y variable, que hacen que el tuitero no se concentre realmente en mejorar, al tratar de controlar algo que está fuera de su alcance.
De esta manera, la absurda creencia de que uno vale en razón del número de seguidores, las estrellas que colecta en favstar y la cumbre, entrar en el cuadro de honor de los más grandes tuiteros, es motivo de trifulca diaria, de campañas de boicot y bloqueo, de sesudos estudios sobre el tema, de prácticas que lo único que hacen es saturar nuestra querida herramienta de basura, haciendo que uno observe lo mismo hasta el cansancio y, lo más triste, perder la esencia de esto, que es leer y tratar de escribir bien.
Todos los que tuiteamos, de una u otra manera participamos en este choque de trenes. En algún otro momento describí los errores que he cometido en mi devenir por Twitter y que me llevaron a construir una ética personal, no para dar gusto o imponer algo a cualquiera, sino para delimitar la manera en la que trato de comportarme en esta red social. Pretender imponer un código de conducta es totalmente absurdo e imposible, partiendo de la disyuntiva de encontrar al santo que esté calificado para asumir el cargo de censor.
Dentro de esa loca carrera por ser el mejor, se pierde de vista que dada la innumerable cantidad de ofertas de comunicación, pretender que desde el anonimato se salte a la fama fuera de Twitter, es prácticamente imposible. Además, la competencia, desde un inicio es desigual, ya que en ella han entrado personajes y escritores con más o menos fama, que por el hecho de abrir una cuenta y decir lo que sea, sus admiradores preconstituidos, les aplauden todo.
Por regla general, al usar Twitter, prefiero a los escritores que aquí nacieron a los ya hechos que tuitean por la razón que sea. No quiero decir si son buenas o desagradables personas: en la literatura eso es irrelevante. Mi punto es, que si quiero leer, a guisa de ejemplo, a Gabriel García Márquez, no lo busco en esta red, porque antes de esto ya sabía quién era y que lo que ha escrito se encuentra plasmado en libros. Con los tuiteros pasa lo contrario, tal como lo expongo a continuación:
El hallazgo de un buen tuitero es un placer adicional que proporciona Twitter, por su brevedad, a diferencia de lo que hoy nos sucede en las librerías, los libros y las recomendaciones. Nuestro tiempo es finito y la cantidad de textos por leer es interminable, de tal manera que uno tiene que decantar. En mis lecturas personales tienen preferencia los clásicos, ya que no puedo darme el lujo de desperdiciar mis horarios en algo que a final de cuentas no me gustó.
El tuitero se abre al aprendizaje y a la crítica; el escritor, con la experiencia del oficio y con las notables excepciones de siempre, lo sabe todo y se siente en el aula, olvidando que esto no es una librería, ni está firmando autógrafos.
Al tuitero, como dije, se le descubre aquí, éste es su espacio vital. En cambio, el escritor es esclavo de sus textos ya publicados; no puede ir a contracorriente ni arriesgar lo mucho o poco ganado fuera de la red. Por esta razón, muchos autores sólo utilizan Twitter como un portal de noticias y enlaces a sus publicaciones.
El relativo anonimato del tuitero le da frescura y mordacidad. El escritor no puede desprenderse de su biografía y de sus compromisos, ya que a final de cuentas es su trabajo.
Para mí, leer un libro es un placer, pero trato de hacerlo con una actitud crítica. Si el texto que leo no me gusta, lo desecho y es difícil que vuelva a invertir en el escritor. El tuitero, sin ganar nada más que alimentar su ego, escribe y quizás acierte, pero un solo yerro le puede costar un democrático unfollow.
Además, el tuitero, en su anonimato, se enfrenta a la absurda costumbre de la reciprocidad que, paradójicamente, implica la no lectura. Es una constante que una persona que pretende que leas sus textos alabe los tuyos; luego, al empezar a seguirlo, por arte de magia la admiración desaparece, y si uno se aburre y lo deja de seguir, de inmediato el otro hace lo mismo, aún manifestando su inconformidad.
Con el escritor sucede lo contrario, ya que no necesita abrir brecha para conseguir lectores. Eso ya lo hizo antes. Lo que me parece inexplicable de muchos seguidores de sarcásticas plumas, son sus loas a un camelo, a un "voy al baño" u otro sinsentido del famoso. Quizá crean que es Sylvia Beach y que les publicará su proyectado Ulysses, lo cual me permito dudar. El tuitero no puede darse ese lujo, ya que como implícitamente no promete nada, la lealtad nunca está asegurada.
Al abrir una cuenta en Twitter, todos estamos en el mismo plano. No allanamos propiedad privada ni le robamos la plaza a nadie. Aquí no hay títulos nobiliarios ni linajes que valgan. Uno debe estar abierto a la crítica a la que se expone cualquiera que publica un texto. Nunca en la historia habíamos tenido la posibilidad de que nuestro pensar fuera leído por tantos. No tiremos a la basura un medio genial de comunicación por vanidades y disputas absurdas. El número de personas que realmente nos lean únicamente depende de nuestro esfuerzo al escribir y de nuestro corazón que nos inspira y nos susurra la palabra.