26/1/13

Sobre "Justicia" de Gerardo Laveaga


Analista, abogado y funcionario público mexicano, Gerardo Laveaga ha sabido combinar su desempeño profesional y el ámbito académico con el oficio de escribir. 

Además de haber publicado diversos textos jurídicos, incursionó en la novela desde los 24 años con la publicación de Valeria, en 1987. Desde entonces, es constante su producción literaria, incluyendo títulos como: Los hombres que no querían redención (1987), Creced y multiplicaos (1996), El último desfile de septiembre (1994) y El sueño de Inocencio (2008); ésta última quizá su obra más conocida. 

Justicia es su más reciente entrega. En 334 páginas de prosa sin pausa, el autor desnuda el procedimiento penal mexicano con todas sus deficiencias, para finalmente mostrarnos un panorama desolador de la enseñanza y el ejercicio del derecho en nuestro país.

La posición del autor es privilegiada dado su doble carácter: el de un escritor audaz y punzante, y el de servidor público que conoce las entrañas de nuestro sistema de administración de justicia. Si a eso le añadimos una historia verosímil y actual, que mantiene nuestra atención desde el trepidante inicio hasta el sorprendente final, Justicia se convierte en un texto fundamental para discutir las coyunturas jurídicas contemporáneas.

La Ciudad de México despierta con una noticia conmovedora, una joven de quince años es hallada sin vida en la alameda de Santa María la Ribera. En una de las prendas del cadáver está escrita la palabra puta. Será este crimen lo que dará pie a una exhaustiva radiografía del poder judicial, que el lector podrá seguir paso a paso.

Aborda cuatro historias que tienen un punto de intersección: dilucidar quién y por qué cometió un terrible crimen. Con destreza, los personajes son sometidos a una reelaboración crítica del concepto que da nombre a la novela y de sus implicaciones. 

El texto expone la punta del iceberg de las entretelas de la corrupción que inevitablemente aparece en todos los niveles de nuestra sociedad. Emilia, la protagonista, pertenece a la emergente comunidad de abogados en México y es amante del violonchelo. Como consecuencia de su juventud y sus esperanzas en la carrera jurídica, defiende con inesperada pasión que el derecho y la legalidad deben imperar sin inmundicia ni ataduras. 

¿Cómo el propio afectado por el sistema se vuelve comparsa de él? ¿Cómo el sometido es verdugo de su misma clase? ¿Cómo la falsa justicia hecha por mano propia se convierte en la única alternativa? Laveaga demuestra que la historia del ser humano es la de la guerra, por lo tanto, la línea entre lo permitido, lo inevitable, lo justo y transparente, es etérea. 

El manejo del lenguaje, coloquial en algunos casos e impostado en otros, permite demarcar las diferencias ideológicas entre los personajes. En este sentido, se insinúa que los crímenes no son necesariamente subproducto de motivaciones psicológicas unilaterales y que tampoco están definidos solo por los devenires económicos; son más bien la consecuencia del desentendimiento y confrontación social en un país donde se desdibujan los límites entre la libertad, lo privativo y la justicia. 

El título del libro permite que, a manera de novela policíaca, el autor nos exponga una estructura narrativa con mezcla de suspenso, crimen, didactismo y discernimientos morales. El lector hace las veces de detective o de juez, y pone en entredicho nuestro posicionamiento frente a la obra, dentro o fuera: ¿Somos parte del sistema por habitar un espacio homogéneo de criminalidad, o siempre habrá oportunidad de regeneración e integridad humana intacta?

La posición del escritor, como abogado y como conocedor de nuestro sistema penitenciario, le permite adentrarse en preguntas urgentes: ¿Estudiamos correctamente el derecho en nuestro país? ¿Vale la pena dedicarse a una profesión plena de ideales que poco pueden realizarse? 

Ésta es una excelente novela de aprendizaje y formación, para todo aquel que pretenda asumir la abogacía como forma de vida. 

Al fondo suena, intermitente, una sonata de Fauré.



25/1/13

Lo peor de las listas de lo mejor del año


Cada fin de año trae consigo un sinfín de listas dedicadas a recapitular “lo mejor” de lo acontecido en dicho periodo, mismas que abarcan todo lo que admita parámetros de clasificación y muchas veces hasta lo que no. La producción literaria es uno de los tópicos predilectos de tales enumeraciones.

En la soledad en que se reconoce en la lectura, la herramienta estética más sincera con la que cuenta el lector es el gusto, mismo que nunca dejará de ser estrictamente subjetivo. De acuerdo a esto, podemos hallar recuentos que recurren como único criterio a la opinión del consumidor; reflejando así las preferencias de un sector que, experto o no, es el que mantiene viva la industria editorial.

En México, el panorama que rodea el ejercicio de la crítica y la recomendación literaria está lleno de contradicciones, por decir lo menos. Por una parte, existe una ambigüedad alarmante entre el papel del periodista, el escritor, y el crítico literario. La confusión es tal, que resulta imposible discernir cuál es el margen de influencia de cada uno, además de su función específica como parte de nuestro desarrollo cultural.

Queda claro que, en la gran mayoría de los medios dedicados a la discusión de la literatura, se padece una falta de rigor, seriedad y compromiso para con el lector. Un claro ejemplo de esta irrisoria mediocridad la dio el periódico Reforma; por conducto de Sergio González Rodríguez —encargado del recuento de los mejores libros del año— (lista 1), quien en un arrebato de autoridad y sin un claro sustento para sus aseveraciones, vierte elogios y burlas indiscriminadas a autores cuya obra no analiza. Este gesto de reseñismo burdo, invita a la sospecha de una crítica infundada que pondera el amiguismo y el revanchismo. Basta con leer el comentario, beligerante y malogrado, sobre Alberto Chimal. Además, Reforma publicó una nueva relación, donde se llega al absurdo de incluir al libro de Luigi Amara, cuando en la de Sergio González se le calificó como "el peor libro del año" (lista 2)

En esta tesitura, es muy difícil encontrar un catálogo que atienda a un objetivo estrictamente literario. Las taxonomías son de lo más variado. Algunos medios y revistas se remiten solo a los libros más vendidos: para el periódico El Economista (lista 3), su principal preocupación fue la de ilustrar una tendencia de mercado.

Resulta sorprendente que, escritores y críticos —como lectores expertos que se supone son— no esclarezcan a detalle qué criterios consideraron para mencionar una obra. A falta de un referente detallado que permita discernir el porqué de sus elecciones, autores como Jaime Mesa, se limitan a esbozar una precisión de nacionalidad y de lengua: los libros que integran su relación fueron escritos por mexicanos y en español (lista 4). Luego, Mesa hace una breve semblanza de los libros que integran su conteo, que tampoco permite especificar su relevancia.

El periódico Milenio emitió otra más por conducto de Ariel González, misma que no tiene un texto que avale los criterios de elección y ni siquiera remite a una semblanza de las obras elegidas. De lo que pude consultar, esta recopilación es una de las más ambiguas (lista 5).

Para la revista Nexos (lista 6), únicamente cinco títulos valen la pena; empero, no hay un texto que justifique su calidad. Lo que sí encontramos es una semblanza particularizada de cada uno de ellos, que fue realizada por escritores distintos (un autor escribe sobre cada libro) y que dibuja la importancia de los miembros que la integran.

Interesante sería encontrar, entre todas las listas, un punto de articulación común que definan sus intereses y su porqué. Por ejemplo: un tema, una lengua, un autor, un título, pero no. Se torna casi imposible lograrlo cuando encontramos que la mayor parte de las elecciones fueron asignadas arbitrariamente, bajo la sospecha de que los títulos recomendados ni siquiera fueron leídos puntualmente. Así, Aurelio Asiain incluye a Canción de tumba de Julian Herbert (lista 7), cuando dicho libro fue publicado en 2011 (lista 8)

No me atrevo a negar la calidad de los autores recogidos en todo lo enumerado; dudo más bien del criterio de quienes eligen, de sus motivaciones, de la poca astucia crítica, de su honestidad y del facilismo que impera en muchos de nuestros sectores literarios, lo que me hace dudar de su autenticidad.

Otro factor que nos insta al revisionismo frente a lo recomendado es la nula presencia de autores nacionales en las listas ofrecidas por medios internacionales En el recuento hecho por Babelia —suplemento cultural del diario El País— conviven autores de lengua española con los de otros idiomas, sin embargo, ninguno de ellos es mexicano. (lista 9) Lo mismo sucede con la que publica el periódico español ABC (lista 10) o con la del suplemento del diario argentino El Clarín (lista 11) Esto nos lleva a preguntarnos si la calidad literaria de la que presumen las listas nacionales es fidedigna, o si se trata meramente de un florilegio de cumplidos y deslealtades entre los propios autores, lo que genera conflictos de intereses éticos evidentes.

Para el lector aficionado es  muy difícil distinguir si  un reseñista realmente quedó impactado por la obra que leyó; o si propósito ulterior es legitimar por encargo un libro. Reconozco también que el prestigio de un escritor no siempre concuerda con la calidad de su obra. Los hay quienes gozan de uno mucho menor al de su pericia literaria; como los hay premiados y con una obra inconsistente. Queda claro que el crédito no siempre se obtiene después de haber escrito; sino también se logra favoreciendo al titular de un cargo público o al director de alguna editorial. 

El lograr que todos los mexicanos leamos parece una premisa de Estado. Enormes aparatos burocráticos promueven al libro; se construyen colosales bibliotecas; onerosas campañas publicitarias con famosos se repiten una y otra vez; se libra de impuestos a la compra de libros, inaudita situación que no pasa en países con porcentajes de lectura mayores al nuestro; y a pesar de todo eso, el objetivo no se alcanza: solo el uno por ciento de los mexicanos lee. Para Guillermo Sheridan, está probado nuestro rechazo al libro por las válidas razones que indica, aunque omite señalar la nula orientación literaria desinteresada que padecemos.

En medio de este caos, es necesario replantearnos si el libro y la lectura constituyen una prioridad nacional y si los métodos empleados para su difusión son eficientes o no; para esta tarea debemos despojarnos de obsoletos criterios nacionalistas de lo que se recomienda. La crítica arribista, subjetiva y poco sustentada, en nada contribuye a incentivarla.

15/1/13

Sobre "Vespa 70" de Óscar Esquivel


La divulgación literaria en la red es impresionante. A quienes nos gusta leer, hallar buenas opciones cada día se complica por el flujo de información. De esta forma, siempre es agradable descubrir nuevas propuestas como la de la Revista Euritmia, misma que en su tercer número, incluye Vespa 70 ; una obra de Óscar Esquivel Gastelum, sagaz tuitero y agudo escritor.

El crimen es un motivo que, al interior de la literatura, ha mostrado una maleabilidad sorprendente. Su presencia ha repercutido moral y estéticamente en todas y cada una de las civilizaciones que han habitado este planeta. 

Quizá el último escritor que revolucionó la narrativa de la criminalidad fue Jorge Luis Borges. Relatos como La muerte y la brújula, El fin, La Espera, o Emma Zunz; son muestra más que fidedigna de un hito en la historia de la literatura criminal: el culpable será escuchado, pero no alcanzará ninguna oportunidad de redención. 

En Vespa 70, nuestro joven escritor retoma con inteligencia cuatro aspectos fundamentales en la narrativa de Borges: la puntualidad en el manejo de los adjetivos; la elucidación de un pasado inconcluso; el recuerdo de un crimen; y un insaciable deseo de venganza. 

Un hombre irrumpe en un café-bar con el afán de comprar una motoneta. El dependiente del bar lo atiende, revelándole que el vehículo fue suyo. Conversan. La tensión crece a medida que el comprador escucha las memorias del vendedor. El relato, que parecía anecdótico,  se transforma en la confesión de un crimen. Los tiempos se actualizan, y el lector asiste a uno de los momentos más crueles y enternecedores del cuento, el ejecutado reconoce a su verdugo y se resigna a cumplir su destino. 

El criminal sabe que la suerte está echada. La crudeza con que van sucediéndose los acontecimientos nos recuerda que, esperándola o no, la venganza suele cumplirse y el tiempo siempre llega; sórdido, sin apostillas ni reivindicaciones.

Así, en unas cuantas páginas, Óscar Esquivel nos regala una muestra de su fuerza narrativa. Ojalá sea el comienzo de una fructífera carrera.


14/1/13

Sobre "Introspecciones" de Gustavo Macedo


Twitter es literatura si uno es capaz de hallarla. Al poco tiempo de mi arribo a esta red social, me volví puntual seguidor de un mordaz tuitero que se hace llamar Oxímoron, nombre por demás afortunado, ya que revela el potencial de su autor al utilizar como pseudónimo una figura literaria que obliga al lector a pensar para entender, hecho que se confirma en cada uno de los tuits que él publica.

En 2013, Gustavo Macedo Pérez —el joven escritor al que me refiero— nos presentó  Introspecciones, un volumen compuesto de nueve relatos donde se nos invita a repensar dos vetas de la tradición narrativa en México. En principio; la del cuento corto que va enriqueciéndose a medida que abreva de una realidad distorsionada; pero también la tradición del personaje que contradice dicha realidad, que se obsede en interrogar lo más hondo de su consciencia. 

La mayoría de los relatos que conforman Introspecciones inician in media res, dejando escuchar los ecos de otras temporalidades que complementan las acciones y las consecuencias que ellas desencadenan. Poco a poco, descubrimos que estamos frente a cuentos fractales, caracterizados por el manejo de distintas expresiones que conviven con la presencia de un narrador en tercera persona, así como la ausencia total de valoraciones objetivas sobre los personajes; y un mundo que va desdoblándose a la medida de los individuos que lo habitan. Además de las variadas voces que entretejen cada relato; es de llamar la atención el manejo de la temporalidad. El autor elimina voluntariamente todo rasgo que pueda definir con exactitud el paso del tiempo; estrategia compleja que permite llevar los textos a su grado máximo de ambigüedad; así, no sabemos a ciencia cierta qué podría ocurrir, ya que se dilata el universo diegético; revelándonos que, al interior de Introspecciones, todo es posible. 

En el cuento titulado La mujer con corazón de hijo, se insinúa el motivo primordial que se hallará en todos los relatos: la incertidumbre. Cada acción, cada palabra, añaden tensión a un escenario irresuelto; e inducen al lector a asumir una vocación casi detectivesca, que va incrementándose y que concluye al mismo tiempo para él que para el cónyuge. La inseguridad se convierte en el motivo estético que unifica las partes integrantes de un libro que, sin lugar a dudas, moviliza nuestra imaginación; y nos hace poner en duda cualquier pista. 

La fascinación minuciosa por el desencuentro que recorre la narrativa de Gustavo Macedo, me hace pensar que cada uno de sus textos es diseñado como un desafío, como una especie de rompecabezas de imposible anticipación, lo que coincide con el perfil de un escritor ajeno a las complacencias y que exige a sus lectores atención y pensamiento, ofreciendo a cambio buena literatura. Una vez leído Introspecciones, espero con interés el nuevo reto que Gustavo brinde a nuestras letras. 

9/1/13

Sobre "Derecho de amparo" de Mariana Salinas


Conocí primero a Mariana Salinas por sus letras y, mucho después, por su persona. Lo primero sucedió por nuestra común adicción tuitera, aunque confieso que soy un manantial de textos y ella, en demérito de los que admiramos su escritura, se decanta por la palabra precisa, el texto puntual, la letra bella y pulida. Al poder charlar personalmente, comprobé que en Mariana concurre algo no tan frecuente en el mundo literario: el que la calidad de lo que plasma corresponde íntegramente a las cualidades humanas de la escritora.

Así, tengo en mis manos un ejemplar generosamente dedicado de Derecho de amparo, el primer libro de poesía escrito por Mariana Salinas. Lo primero que llama la atención al atento lector es el propio título, mismo que nos hace rememorar a nuestro juicio de garantías, protector de la invulnerabilidad de los derechos fundamentales de que gozamos. De esta manera, Mariana deja entrever con lucidez su compromiso con la pugna por la libertad vital y hasta interpretativa del lector, asumiendo valientemente a la poesía como última instancia en la perenne búsqueda de la compresión y, quizá, posterior fuga de nuestra realidad existencial.

La autora nos confiesa, en principio, que su convivencia con la poesía deviene del encuentro y el reconocimiento de la incansable dialéctica del lenguaje; del escenario en el que una palabra llama a la otra y en donde el silencio se vuelve casi inaccesible. Ahí es donde Mariana articula la consistencia de su voz poética, en el espacio de neutralidad que arrebata a la inevitable sucesión de la expresión.

Temáticamente, el libro ahonda en la angustia y la necesidad de un yo por reconocerse como parte integrante de una totalidad de vida. Por eso podemos leer: “Soy la palabra/ que llega/ sin aviso. / Viento/ que golpea/ las entrañas/ de la tierra. / Soy la reina/ de las cosas/ invisibles. / El sonido/ de la letra/ me adivina. / Soy el deseo: / cruz de la memoria”. El vértigo con el que la voz lírica recorre espacios tan distintos entre sí, y los integra a su experiencia del mundo, genera una sensación de incertidumbre y tensión que invade al lector y lo obliga a preguntarse por la naturaleza de su propia conciencia.

Lentamente y conforme transcurre la lectura, el estilo de Mariana va revelándose fuerte y consciente de sus necesidades expresivas. A diferencia de las tradiciones poéticas fincadas en el manejo de las estructuras métricas, la poesía en Derecho de amparo se alimenta de rupturas rítmicas y sintácticas; técnica que permite a la autora mostrar su oficio poético: alternar entre el verso, la prosa; redefinir la escisión de los versos y el manejo del espacio.   

Hacia el final del poemario; podemos advertir plenamente el poder conceptual y verbal de esta poeta. De modo que, tras estas breves consideraciones, solo me resta celebrar la sorpresa que me produce hallar páginas por donde transita la poesía. Un trabajo digno de hechura y reflexión que, sin duda, enriquece el panorama de la literatura en México.

"¿Qué es un millonario?". Rubem Fonseca



Cuando no estoy leyendo un libro de la biblioteca, me pongo a ver uno de esos programas de la tele que muestran la vida de los ricos, sus palacios, automóviles, caballos, yates, joyas, cuadros, muebles raros, vajillas, cavas y criados. Es impresionante lo bien que se la pasan los ricos.

No me pierdo de esos programas, aunque no me sean de mucha utilidad, porque ninguno de esos ricos vive en mi país. Pero me gustó oír a un millonario que entrevistaron durante una cena, que decía que había adquirido un yate por cientos de millones de dólares para tener un yate más grande que el otro rico. —Era la única manera de acabar con la envidia que le tenía—, confesó, sonriendo y dando un trago a su bebida. Los comensales a su alrededor se rieron mucho cuando lo oyeron. Los ricos pueden tenerlo todo, hasta envidia uno del otro, y en ellos, es más, es divertido. Yo soy pobre y la envidia cuando uno es pobre es muy mal vista, porque la envidia deja al pobre acomplejado. Junto con la envidia, viene el odio a los ricos y los pobres no saben cómo desquitarse sin tomarse las cosas a pecho, sin espíritu de venganza. Pero yo no le guardo rencor a ningún rico, mi envidia se parece a la del tipo que compro el yate más grande: como él, solo quiero ganar una partida. 

Descubrí cómo ganar la partida entre un tipo pobre, como yo, y uno rico. No es volviéndose rico, nunca lo lograré.  —Ser rico, dijo uno de ellos en un programa,  —es una predisposición genética que no todo mundo tiene. Ese millonario hizo su fortuna de la nada. Mi padre era pobre, cuando murió no heredé nada, ni siquiera el gene que lo motiva a uno a ganar dinero. 

El único bien que poseo es mi vida, y la única manera de ganar la partida es matar a un rico y seguir vivo. Es algo parecido a comprar el yate más grande. Sé que parece un razonamiento extravagante, pero una forma de ganar la partida es crear buena parte de las reglas, cosa que hacen los ricos...

...A todos los ricos les gusta ostentar su riqueza. Los nuevos ricos son más exhibicionistas, pero no quiero matar a uno de ésos, quiero a un rico que haya heredado su fortuna. Éstos, los de segunda generación, son más discretos, normalmente muestran su riqueza en los viajes, adoran hacer compras en París, en Londres y Nueva York. Les gusta también ir a lugares distantes y exóticos, pero que tengan buenos hoteles con servidumbre amable, los más deportistas no pueden dejar de esquiar en la nieve una vez al año, lo cual es comprensible, pues a final de cuentas viven en un país tropical. Exhiben su riqueza entre ellos (no sirve de nada jugar con los pobres), en la cenas de millonarios, donde el comprador puede confesar que fue por envidia que compró lo que compró, y los demás brindan alegremente a su salud...

...Los ricos, como los pobres, no son todos iguales. Hay a los que les gusta charlar con un puro caro entre los dedos o con un vaso de líquido precioso en la mano, hay los galantes, los reservados, los solemnes, los que alardean de erudición, los que exhiben riquezas con sus atuendos de marca, hay hasta los circunspectos, pero en el fondo todos son fanfarrones. Es parte de la mímica, que acaba siendo un lenguaje de señales verdadero, pues permite ver lo que cada quien es en realidad. Sé que los pobres también tienen su mímica, pero los pobres no me interesan, no está en mis planes jugar con ninguno de ellos, mi juego es el del yate más grande... 

...Gané la partida. No sé si volver a jugar. Con envidia, pero sin resentimientos, solo para ganar, como los ricos. Me gusta ser como los ricos.

14/12/12

"Amour" de Michael Haneke


Tuve la oportunidad de ver anticipadamente Amour, película de este año, resultado de una coproducción francesa, alemana y austriaca; escrita y dirigida por el reconocido Michael Haneke; y con un reparto integrado por Jean-Louis Trintignant, Emmanuelle Riva, Isabelle Huppert, William Shimell, Rita Blanco y Laurent Capelluto.

Amour ha sido un suceso en los festivales europeos y estadounidenses. Entre otros, ganó la Palma de Oro del Festival de Cannes, los Premios del Cine Europeo, el del Círculo de Críticos de Nueva York y el National Board of Review. En otras palabras, parece la apuesta segura al Óscar a la mejor película extranjera.

En mi opinión, la avalancha de críticas positivas no es desproporcionada. Amour es una gran obra, de esas que nos ayudan a refrescarnos de los predecibles filmes estadounidenses y del cansino "nuevo cine mexicano".

Michael Haneke construye una bellísima película plena de humanidad, donde nuestro inevitable destino es el tema y la manera en que lo enfrentamos el argumento: quizá es una película de terror. Éste es uno de los muchos ángulos desde los que se puede vislumbrar, dado que podríamos valorarla desde el afecto, la soledad, la senectud y llegar a conclusiones diversas.

La historia es simple: el retrato de Georges y de Anne, un matrimonio octogenario. No deja de ser a grandes rasgos una fotografía sobre la vejez y la muerte, en un instante en que el deseo de vivir —o el miedo a no hacerlo— cobran una gran importancia. Esto ya vaticina un filme fuerte y difícil de ver. Amour nos acerca al día a día de esa unión, su complicidad, su cariño, sus disputas y, sobre todo, a la proximidad de la despedida. Lo cotidiano se transforma cuando los años cobran su precio y la enfermedad oscurece toda su existencia.

Como auditorio, visualizamos lo que sucede en el domicilio conyugal; somos infiltrados y testigos de lo más íntimo, dentro de un inusual nivel de verosimilitud, mismo que conecta directamente con lo más profundo de nosotros, no solo en lo emocional sino en lo visceral, logrando una catarsis que nos hace dejar la sala con un nudo en el estómago, y eso, en el mundo de hoy, tiene mucho mérito.

La conclusión reafirma que las mejores historias de amor son las que no tienen un final feliz, aunque éste se manifieste a través de la prueba más dura, más diáfana, más dolorosa y, de ahí su belleza, más plena de humanidad. 





13/12/12

Un ahorita tiene sesenta minutitos


Siempre me ha intrigado el uso que los mexicanos damos a la palabra ahorita. La ambigüedad del contexto, más la falta de concordancia entre el dicho y el hecho, hace que cada que la escucho, como consecuencia de un legítimo apremio de mi parte, termino envuelto en la dicótoma entre la próxima satisfacción de mis requerimientos o la sensación de que literalmente me vieron la cara.

Gramaticalmente, el contenido de la expresión es claro, por lo menos para la Real Academia de la Lengua, es decir, es un ahora mismo. Esta definición debería zanjar cualquier tipo de controversia; entonces, ¿por qué me siento timado cuando las cosas no suceden con la rapidez que marca la expresión?

En el Diccionario breve de mexicanismos de Guido Gómez de Silva no hallé mayor referencia, empero, en el Diccionario panhispánico de dudas aparece lo siguiente:

"Ahorita. Diminutivo de ahora, usado frecuentemente en el habla coloquial de amplias zonas de América: «Me encantaría, pero ahorita estoy apuradísimo» (Bayly Días [Perú 1996])...".

Esta variante del vocablo no resolvió mis dudas. Al contrario, parecería que en lugar de la inmediatez que señala la RAE, aquí debería entenderse una negación. ¿Eso significa que cuándo alguien la expresa, en esencia está diciendo que no lo va a hacer? Luego, ¿qué pasa si termina por hacerlo?

Tuve que recurrir a un medio poco ortodoxo para intentar despejar mi interrogante, "El chilangonario, vocabulario de supervivencia para el visitante de la Ciudad de México" de Alberto Peralta de Legarreta. En ese texto se apunta:

"Ahorita. dim. de ahora. En México, la palabra ahorita puede significar algo que se hará de inmediato, pero también es una expresión que no asegura cuándo sucederá; incluso se llega a utilizar el diminutivo del diminutivo —ahoritita— para indicar inmediatez. El uso irracional de un diminutivo en un adverbio de tiempo es quizá consecuencia de un afán del mexicano por ser amable. 

"1. Ahorita lo atiendo.

"—Podría pasar una hora antes de ser atendida. 

"2. ¡Levanta tus juguetes ahoritita mismo!

"—De inmediato, ya. 

"3. Ahorita no tengo ganas de hacer nada.

"—En este momento, el día de hoy. 

"4. ¡Ahorita voy!

"—En algún momento del día, no se sabe cuándo".

En conclusión, la oscuridad se mantiene. Puede que el ahorita del mexicano sea el primer caso de un oxímoron de una sola palabra. Es sintomático que en el curioso libro del maestro don Guillermo Colin Sánchez, "Así habla la delincuencia y otros más...", el asunto merezca dos entradas, una para "ahorita" y otra para "ahoritita". Quizá de ahí deriva mi sentimiento de que fui estafado.







5/12/12

"Para el creador nada es pobre, no hay lugares pobres ni indiferentes". Rainer Maria Rilke


Nada es peor que las palabras de la crítica para abordar una obra de arte. Las cosas no son tan decibles y comprensibles como generalmente se nos quiere hacer creer. La mayor parte de los acontecimientos son indecibles y tienen lugar en un ámbito en el que jamás ha penetrado palabra alguna. Y lo más indecible de todo son las obras de arte esas realidades misteriosas cuya vida perdura, al contrario que la nuestra, que se acaba... 

...Usted pregunta si sus versos son buenos. Me lo pregunta a mí. Antes ha preguntado ya a otros. Los envía a revistas. Los compara con otras poesías y se inquieta cuando algunas redacciones rechazan sus ensayos poéticos. Desde ahora (ya que me permite aconsejarlo), renuncie a todo eso. Su mirada está dirigida hacia fuera, y eso es precisamente lo que debe evitar en el futuro. Nadie puede aconsejarle ni ayudarle, nadie. Solo hay un camino: entre en usted. Investigue la causa que lo empuja escribir, examine si sus raíces se extienden hasta lo más profundo de su corazón. Reconozca si no preferiría morir en el caso de no poder escribir. Y sobre todo, en la hora más serena de la noche pregúntese: ¿siento verdaderamente la imperiosa necesidad de escribir? Ahonde en sí mismo en busca de una profunda respuesta, y si ésta resulta afirmativa, si puede responder a tan grave pregunta con un fuerte y simple “¡sí!”, entonces construya su vida de acuerdo con dicha necesidad. 

Su vida, hasta en los momentos más indiferentes e insignificantes deberá ser un signo y un testimonio de esa necesidad. Entonces, acérquese a la naturaleza. Intente expresar, como si fuera usted el primer hombre, lo que ve, lo que ama, lo que vive y lo que pierde, no escriba poemas de amor. Evite sobre todo las formas más corrientes y usuales, son las más difíciles, pues es necesaria una gran fuerza y madurez para poder dar algo propio en un campo donde existe una gran cantidad de buenas y en parte, brillantes tradiciones. Por ello, evite los grandes temas y vaya hacia los que la cotidianidad le ofrece; describa sus tristezas y sus deseos, los pensamientos que le vienen a la mente y su fe en alguna forma de belleza. Descríbalo todo con sinceridad humilde y serena, y utilice para expresarse las cosas que lo rodean, las imágenes de sus sueños y los objetos de sus recuerdos. Si su vida cotidiana le parece pobre, no la culpe, cúlpese usted de no ser lo bastante poeta como para encontrar sus riquezas. Para el creador nada es pobre, no hay lugares pobres ni indiferentes. Y aún si estuviera usted en una prisión, cuyos muros no dejasen llegar hasta sus sentidos ninguno de los rumores del mundo, ¿no podría siempre recurrir a su infancia, esa riqueza maravillosa e imperial, ese tesoro de recuerdos? Vuelva hacia ahí su espíritu. Intente sacar a flote las impresiones sumergidas en ese vasto pasado: su personalidad se fortalecerá, su soledad se poblará y se convertirá en un retiro crepuscular, ante el cual pasará muy lejano el estrépito del mundo. Y si de esa vuelta hacia usted mismo, de esa inmersión en su propio mundo, vienen a usted los versos, no soñará siquiera en preguntar a nadie si tales versos son buenos. Tampoco intentará interesar a las revistas en esos trabajos, pues verá en ellos algo naturalmente suyo, un trozo de su vida y de su expresión. 

Una obra de arte es buena cuando nace de la necesidad. La naturaleza de su origen es quien juzga. Así, mi distinguido amigo, no tengo para usted otro consejo que no sea éste: intérnese en usted mismo y llegue a las profundidades de las que su vida se origina. Ahí es donde encontrará la respuesta a la pregunta de si debe escribir. La respuesta que obtenga acéptela como suene, sin forzarle un significado. Tal vez sea obvio que el arte le llama. Si es así, acepte su destino y sopórtelo, con su peso y su grandeza, sin jamás exigir recompensa alguna que pueda venir del exterior. El creador debe ser todo un universo para sí mismo, y encontrar todo en sí, y en el fragmento de la naturaleza al que se ha incorporado. 

Podría ser que, tras ese descenso hacia sí mismo y hacia su soledad, debiera renunciar a convertirse en poeta (para ello, para prohibirse a usted mismo escribir, bastaría, sentir que puede vivir sin hacerlo). Pero aún así, este recogimiento que le aconsejo no habrá sido en vano. Su vida hallará desde ese momento sus propios caminos, y mi deseo de que éstos sean buenos, amplios y ricos, va mucho más allá de lo que puedo expresar. 




27/11/12

"La cultura como saber enciclopédico solo sirve para producir desorientados". Antonio Gramsci


Hay que perder la costumbre y dejar de concebir a la cultura como saber enciclopédico en el cual el hombre no se contempla más que bajo la forma de un recipiente que hay que rellenar y apuntalar con datos empíricos, con hechos en bruto e inconexos que él tendrá luego que encasillarse en el cerebro como en las columnas de un diccionario para poder contestar, en cada ocasión, a los estímulos varios del mundo externo. Esa forma de cultura es verdaderamente dañina, especialmente para el proletariado. Solo sirve para producir desorientados, gente que se cree superior al resto de la humanidad porque ha amontonado en la memoria cierta cantidad de datos y fechas que desgrana en cada ocasión para levantar una barrera entre sí mismo y los demás. Solo sirve para producir ese intelectualismo cansino e incoloro tan justa y cruelmente fustigado por Romain Rolland y que ha dado a luz una entera caterva de fantasiosos presuntuosos, más deletéreos para la vida social que los microbios de la tuberculosis o de la sífilis para la belleza y la salud física de los cuerpos. El estudiantillo que sabe un poco de latín y de historia, el abogadillo que ha conseguido arrancar una licenciatura a la desidia y a la irresponsabilidad de los profesores, creerán que son distintos y superiores incluso al mejor obrero especializado, el cual cumple en la vida una tarea bien precisa e indispensable y vale en su actividad cien veces más que esos otros en las suyas. Pero eso no es cultura, sino pedantería; no es inteligencia, sino intelecto, y es justo reaccionar contra ello. 

La cultura es cosa muy distinta. Es organización, disciplina del yo interior, apoderamiento de la personalidad propia, conquista de superior conciencia por la cual se llega a comprender el valor histórico que uno tiene, su función en la vida, sus derechos y sus deberes, Pero todo eso no puede ocurrir por evolución espontánea, por acciones y reacciones independientes de la voluntad de cada cual, como ocurre en la naturaleza vegetal y animal, en la cual cada individuo se selecciona y específica sus propios órganos inconscientemente, por la ley fatal de las cosas. El hombre es sobre todo espíritu, o sea, creación histórica, y no naturaleza.