Conocí primero a Mariana Salinas por sus letras y, mucho después, por su persona. Lo primero sucedió por nuestra común adicción tuitera, aunque confieso que soy un manantial de textos y ella, en demérito de los que admiramos su escritura, se decanta por la palabra precisa, el texto puntual, la letra bella y pulida. Al poder charlar personalmente, comprobé que en Mariana concurre algo no tan frecuente en el mundo literario: el que la calidad de lo que plasma corresponde íntegramente a las cualidades humanas de la escritora.
Así, tengo en mis manos un ejemplar generosamente dedicado de Derecho de amparo, el primer libro de poesía escrito por Mariana Salinas. Lo primero que llama la atención al atento lector es el propio título, mismo que nos hace rememorar a nuestro juicio de garantías, protector de la invulnerabilidad de los derechos fundamentales de que gozamos. De esta manera, Mariana deja entrever con lucidez su compromiso con la pugna por la libertad vital y hasta interpretativa del lector, asumiendo valientemente a la poesía como última instancia en la perenne búsqueda de la compresión y, quizá, posterior fuga de nuestra realidad existencial.
La autora nos confiesa, en principio, que su convivencia con la poesía deviene del encuentro y el reconocimiento de la incansable dialéctica del lenguaje; del escenario en el que una palabra llama a la otra y en donde el silencio se vuelve casi inaccesible. Ahí es donde Mariana articula la consistencia de su voz poética, en el espacio de neutralidad que arrebata a la inevitable sucesión de la expresión.
Temáticamente, el libro ahonda en la angustia y la necesidad de un yo por reconocerse como parte integrante de una totalidad de vida. Por eso podemos leer: “Soy la palabra/ que llega/ sin aviso. / Viento/ que golpea/ las entrañas/ de la tierra. / Soy la reina/ de las cosas/ invisibles. / El sonido/ de la letra/ me adivina. / Soy el deseo: / cruz de la memoria”. El vértigo con el que la voz lírica recorre espacios tan distintos entre sí, y los integra a su experiencia del mundo, genera una sensación de incertidumbre y tensión que invade al lector y lo obliga a preguntarse por la naturaleza de su propia conciencia.
Lentamente y conforme transcurre la lectura, el estilo de Mariana va revelándose fuerte y consciente de sus necesidades expresivas. A diferencia de las tradiciones poéticas fincadas en el manejo de las estructuras métricas, la poesía en Derecho de amparo se alimenta de rupturas rítmicas y sintácticas; técnica que permite a la autora mostrar su oficio poético: alternar entre el verso, la prosa; redefinir la escisión de los versos y el manejo del espacio.
Temáticamente, el libro ahonda en la angustia y la necesidad de un yo por reconocerse como parte integrante de una totalidad de vida. Por eso podemos leer: “Soy la palabra/ que llega/ sin aviso. / Viento/ que golpea/ las entrañas/ de la tierra. / Soy la reina/ de las cosas/ invisibles. / El sonido/ de la letra/ me adivina. / Soy el deseo: / cruz de la memoria”. El vértigo con el que la voz lírica recorre espacios tan distintos entre sí, y los integra a su experiencia del mundo, genera una sensación de incertidumbre y tensión que invade al lector y lo obliga a preguntarse por la naturaleza de su propia conciencia.
Lentamente y conforme transcurre la lectura, el estilo de Mariana va revelándose fuerte y consciente de sus necesidades expresivas. A diferencia de las tradiciones poéticas fincadas en el manejo de las estructuras métricas, la poesía en Derecho de amparo se alimenta de rupturas rítmicas y sintácticas; técnica que permite a la autora mostrar su oficio poético: alternar entre el verso, la prosa; redefinir la escisión de los versos y el manejo del espacio.
Hacia el final del poemario; podemos advertir plenamente el poder conceptual y verbal de esta poeta. De modo que, tras estas breves consideraciones, solo me resta celebrar la sorpresa que me produce hallar páginas por donde transita la poesía. Un trabajo digno de hechura y reflexión que, sin duda, enriquece el panorama de la literatura en México.
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