28/8/13

Las demasiadas letras libres


La revista Letras Libres goza, dentro y fuera de nuestras fronteras, de legitimidad y prestigio, ya que, usualmente, resulta incuestionable su calidad. Sin embargo, el número de agosto de 2013 titulado “Lecturas de nuestro tiempo” me generó la sensación de que fue hecho sin una seria reflexión —a pesar de que entiendo que la literatura es uno de sus contenidos de referencia—, dejando de lado muchos otros temas de plena vigencia en México y en el mundo.

Por nuestro natural deseo de marcar pautas y señalar rutas a seguir, abundan los libros de cómo y qué leer. Anualmente se hacen, con mayor o menor fortuna, revisiones de lo mejor del año. Entre tanta oferta, el neófito lector necesita referentes de calidad que lo orienten para no perderse en un mar de tinta, papel y palabras. Quizás ésta fue la intención de los editores del texto en cuestión, aunque no lo dicen de manera explicita tal como omiten muchas otras razones. En mi opinión, el resultado fue decepcionante por lo que expongo a continuación: 

En principio, encontré caótica la descripción del tema a tratar y su metodología. Si bien existe una reticencia a definir la utilidad y la finalidad de los libros, pienso que toda aproximación a un fenómeno requiere de ciertos parámetros básicos para lograr su cometido. Ante todo, es necesario aclarar qué es lo que se juzga, más cuando hay conceptos tan genéricos y abarcadores como "libro". 

Luego, es muy importante delimitar el ámbito que abarca la muestra que comprende el objeto de estudio; pues no es equiparable la labor de escudriñar una biblioteca personal compuesta por dos mil volúmenes, que una pública compuesta por cien mil. Del mismo modo, es necesario atender la diferencia específica que moldea cada práctica literaria; esclarecer, a partir de las diferencias entre los géneros, un marco de referencia que permita comprender en qué medida existen afinidades que pueden conformar una sensibilidad intelectual y artística. Otro aspecto que debería tomarse en cuenta es el de la circunspección temporal; si la escritura es una actividad que tiene una historia milenaria, su estudio por periodos permite identificar ciertos intereses que fueron comunes a una época. Una vez atendidos los aspectos anteriores, se abre ante el investigador un escenario que apela más a su integridad que a sus circunstancias. Debe preguntarse qué tan calificado está para emprender la misión que se le encomienda; además de reconocer si tiene o no el grado de preparación para ofrecer una opinión calificada sobre el tema que habrá de tratar. Por último, lo más importante, cuál es la finalidad de selección de libros y cuáles son sus alcances. De nada de esto hallé una explicación puntal en la publicación.

Además, el articulo inicia con la explicación de la importancia que tienen las listas y su relevancia dentro del orden de la cultura y nuestra realidad social; para después advertir al lector que está a punto de descubrir, lo que para cada uno de los treinta afines críticos literarios que participan —sobreentendiendo per se que tienen ese carácter—, son los diez libros más "influyentes" de las últimas décadas, marcando como antecedente directo y único de este ejercicio el que fue llevado a cabo por la revista Occidente en 1945. Entendemos entonces, que a partir del parangón en que basan su reciente edición, los literatos  dan por sentado que todos ellos han alcanzado galones intelectuales a la altura de Agustín Yáñez, Alfonso Reyes, Diego Rivera, Antonio Caso, Edmundo O'Gorman, Samuel Ramos, José Gaos, Narciso Bassols o José Vasconcelos, por citar solo algunos nombres de quienes opinaron en la recopilación llamada "Los libros fundamentales de nuestra era".

Después de analizar las difusas recomendaciones, mi primera pregunta fue: ¿qué significado tiene para esta comunidad ilustrada la palabra influencia? Supongo que hará uso de ella para establecer una serie de repercusiones que cierta obra literaria deja a su paso, pero ¿eso querría decir que la metodología para determinar los grados de influencia será objetivable?  O, en su defecto ¿la influencia de una obra se pensará a partir de su relación con un lector, con un amplio grupo de lectores, con otros escritores…? Ahora bien, si pensamos en la injerencia que puede alcanzar una publicación en el seno de una comunidad; podemos recurrir de inmediato al ejemplo de ¡Indignados!, de Stéphane Hessel, que después de ser acogida e interpretada por miles de lectores, produjo manifestaciones multitudinarias a lo largo del continente europeo. El influjo de Harry Potter y El código da Vinci constituyó por sí mismo un fenómeno de mercado que replanteó la naturaleza del best seller; generando el interés por la lectura de sectores insospechados de la sociedad. En ambos casos, se trata de obras cuya relevancia en nuestro presente está fuera de duda, entonces, ¿por qué no fueron tomadas en cuenta? Intuyo, a riesgo de equivocarme, que este número es un gesto narcisista donde los participantes no hacen otra cosa que platicar sus preferencias literarias y estilísticas.  

El círculo editorial de la revista asevera que “las personas sensatas saben que los libros importantes para ellos mismos suelen ser aquellos que resultan decisivos para su época”. Con un cierto dejo mesiánico parece que se advierte, sin importar el desorden que inunda los listados, que debemos confiar ciegamente en la opinión emitida, en la palabra dada por este supuesto conventículo de hombres sensatos. La encuesta, de ser representativa, en palabras de sus autores, "refleja al universo de los colaboradores y es, de alguna manera, un catálogo de la biblioteca de la casa". Tanta oscuridad induce al error: sin hacer el menor análisis,  Miguel Carbonell, quien reúne miles de seguidores en las redes sociales, asume y divulga el canon trazado bajo el imperativo de "libros que hay que leer". 

En particular, acometí con curiosidad un texto del dossier de Christopher Domínguez Michael. Me sorprendió que antemano intentara justificar las inverosímiles enumeraciones de sus colegas, mencionando indiscriminados nombres de científicos, filósofos y escritores; afirmando que frente a la vorágine del tiempo son justamente los lectores especializados quienes delimitan la delgada línea entre lo que ha de sobrevivir en la tradición y lo que no. Tal vez por ello, cual buenos curadores de su museo de acceso restringido, los colaboradores tuvieron la delicadeza de mencionar reiterativamente a Octavio Paz y a Gabriel Zaid.

Hoy día, resulta estadísticamente dudoso el que una persona pueda mantenerse al corriente entre lo que se produce literariamente y lo que es capaz de leer. Pongo como ejemplo los datos del portal Goodreads, uno de los más solventes en cuanto al seguimiento de lectura, donde se indica que el promedio de títulos a nivel mundial que un aficionado pretende leer por año es de cincuenta y ocho. Ese numero me hace suponer que un lector de primer nivel no tendría problema en triplicar, al menos, la cantidad de lecturas que realiza anualmente respecto de un lector novato. A ese ritmo, la suma total de libros leídos, en veinte años, ascenderá a más de tres mil títulos. ¿Con todo lo que se publica en el mundo, ese número de lecturas alcanzarán para sentirse calificado para definir los libros, de cualquier género, de nuestro tiempo? Creo que no.

Cada enumeración concreta padece, en mayor o menor medida, de los defectos señalados. Hay casos que destacan, ya que sabemos que una de las características de nuestra modernidad radica en su intención por derrumbar todas las fronteras y adquirir consistencia como una totalidad global indistinguible. Lo que no sabemos, es si han dejado de importar las diferencias entre un ensayo de divulgación científica y un poemario. Más inconsistencias van sumándose a la encuesta: Roger Bartra desconfía de las enumeraciones pero envió gustoso su colaboración; Adolfo Castañón prefirió no crear controversia y solo mandó un listado de libros; José de la Colina recurrió a su memoria sin plantearse preguntas; Hugo Hiriart no sabía si optar entre sus preferencias o la influencia de las obras; y más; Aurelio Asiain se pregunta, en inicio, por la naturaleza, objetividad y rigor que puede caber en una relación de diez libros; pero cuando ofrece la propia, queda claro que solo logró una argamasa de ambigüedades, pues incluye a Roberto Bolaño, un autor al que dice despreciar, sin mencionar cabalmente sus razones para hacerlo; y a Bioy Casares, a quien tiene por un gran escritor mal leído, aunque no nos aclare el porqué de lo uno ni de lo otro.

Curiosamente, la actividad cultural más auspiciada por los programas de fomento es la lectura. Habría que advertir, a la par del estímulo, con qué recursos contamos para orientar a nuestros contemporáneos y a las nuevas generaciones. A concluir este ejemplar, creo que ninguno de los autores ahí publicados está dispuesto a responsabilizarse de encauzar con seriedad y sin petulancia a quien da sus primeros pasos en el mundo de las letras.


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