Analista, abogado y funcionario público mexicano, Gerardo Laveaga ha sabido combinar su desempeño profesional y el ámbito académico con el oficio de escribir.
Además de haber publicado diversos textos jurídicos, incursionó en la novela desde los 24 años con la publicación de Valeria, en 1987. Desde entonces, es constante su producción literaria, incluyendo títulos como: Los hombres que no querían redención (1987), Creced y multiplicaos (1996), El último desfile de septiembre (1994) y El sueño de Inocencio (2008); ésta última quizá su obra más conocida.
Justicia es su más reciente entrega. En 334 páginas de prosa sin pausa, el autor desnuda el procedimiento penal mexicano con todas sus deficiencias, para finalmente mostrarnos un panorama desolador de la enseñanza y el ejercicio del derecho en nuestro país.
La posición del autor es privilegiada dado su doble carácter: el de un escritor audaz y punzante, y el de servidor público que conoce las entrañas de nuestro sistema de administración de justicia. Si a eso le añadimos una historia verosímil y actual, que mantiene nuestra atención desde el trepidante inicio hasta el sorprendente final, Justicia se convierte en un texto fundamental para discutir las coyunturas jurídicas contemporáneas.
La Ciudad de México despierta con una noticia conmovedora, una joven de quince años es hallada sin vida en la alameda de Santa María la Ribera. En una de las prendas del cadáver está escrita la palabra puta. Será este crimen lo que dará pie a una exhaustiva radiografía del poder judicial, que el lector podrá seguir paso a paso.
Aborda cuatro historias que tienen un punto de intersección: dilucidar quién y por qué cometió un terrible crimen. Con destreza, los personajes son sometidos a una reelaboración crítica del concepto que da nombre a la novela y de sus implicaciones.
El texto expone la punta del iceberg de las entretelas de la corrupción que inevitablemente aparece en todos los niveles de nuestra sociedad. Emilia, la protagonista, pertenece a la emergente comunidad de abogados en México y es amante del violonchelo. Como consecuencia de su juventud y sus esperanzas en la carrera jurídica, defiende con inesperada pasión que el derecho y la legalidad deben imperar sin inmundicia ni ataduras.
¿Cómo el propio afectado por el sistema se vuelve comparsa de él? ¿Cómo el sometido es verdugo de su misma clase? ¿Cómo la falsa justicia hecha por mano propia se convierte en la única alternativa? Laveaga demuestra que la historia del ser humano es la de la guerra, por lo tanto, la línea entre lo permitido, lo inevitable, lo justo y transparente, es etérea.
El manejo del lenguaje, coloquial en algunos casos e impostado en otros, permite demarcar las diferencias ideológicas entre los personajes. En este sentido, se insinúa que los crímenes no son necesariamente subproducto de motivaciones psicológicas unilaterales y que tampoco están definidos solo por los devenires económicos; son más bien la consecuencia del desentendimiento y confrontación social en un país donde se desdibujan los límites entre la libertad, lo privativo y la justicia.
El título del libro permite que, a manera de novela policíaca, el autor nos exponga una estructura narrativa con mezcla de suspenso, crimen, didactismo y discernimientos morales. El lector hace las veces de detective o de juez, y pone en entredicho nuestro posicionamiento frente a la obra, dentro o fuera: ¿Somos parte del sistema por habitar un espacio homogéneo de criminalidad, o siempre habrá oportunidad de regeneración e integridad humana intacta?
La posición del escritor, como abogado y como conocedor de nuestro sistema penitenciario, le permite adentrarse en preguntas urgentes: ¿Estudiamos correctamente el derecho en nuestro país? ¿Vale la pena dedicarse a una profesión plena de ideales que poco pueden realizarse?
Ésta es una excelente novela de aprendizaje y formación, para todo aquel que pretenda asumir la abogacía como forma de vida.
Al fondo suena, intermitente, una sonata de Fauré.