7/9/11

"Solo los incompetentes y los necios copian". Julien Green


Muchas veces he soñado con escribir sobre París un libro que fuese como un largo paseo sin objetivo, uno de esos paseos en los que uno no encuentra nada de lo que busca, sino buen número de cosas que no buscaba. De hecho, solo de esta forma me siento capaz de abordar un tema que me desalienta y me atrae por igual. De entrada, me parece que no voy a decir una palabra de los grandes monumentos ni de todos los lugares que podrían despertar la expectativa de una descripción en regla. Tal vez por haberlas contemplado demasiado, no veo ya las glorias arquitectónicas de París con la necesaria libertad de espíritu. Predispuesto en su favor o en su contra, he tomado partido, soy injusto. Mil veces he deseado ver la torre Eiffel bajo las aguas, me agradaría saber que los dos Palais, el grande y el pequeño, que afean el Cours-la-Reine, han desaparecido durante la noche. Mis preferencias se orientan hacia las piedras viejas, no lo oculto, pero bostezaría hasta las lágrimas si tuviera que escribir una sola página sobre el Hotel des Invalides, pues, gustándome como me gusta, no sabría realmente qué decir de él. Del mismo modo, quedaría mudo frente a Notre-Dame, y refrenaría mis palabras, sin duda, la vergüenza de lo que me oiría decir, aunque admiro sin envidiarla la valentía de aquellos cuya suficiencia o genio lanza al asalto de tamaño monstruo. Por mi parte, prefiero callarme, y Notre-Dame, para mí, sigue siendo Notre-Dame, y punto.

A mis ojos, París continuará siendo el decorado de una novela que nadie escribirá jámas ¡Cuántas veces he regresado de largos zanganeos a través de viejas calles con el corazón en un puño por todo lo inexpresable que había visto! 

¿Estoy ante una ilusión? No lo creo. A menudo, en el hondón de un barrio viejo, me detengo de pronto frente a un gran ventanal engalanado con falsos encajes y sueño infinitamente con los destinos desconocidos que se despliegan a cubierto de esos cristales sin luz. Mis ojos distinguen un ramillete que cambia o desaparece con el ritmo de las estaciones, colocado en medio de una mesa recubierta por un paño oscuro. Y eso es todo, aunque tal vez sea suficiente. ¿Quién vive, quién muere entre esas paredes? Para un novelista, toda existencia, incluso la más simple, conserva su irritante misterio, y la suma de todos los secretos que contiene una ciudad tiene algo que unas veces le estimula y otras le abruma ¡Qué enorme despilfarro de situaciones, de palabras, de imprevistos, de personajes, de escenificaciones! ¿Cómo no sentirse impresionado frente a semejante competencia? No es posible copiar. Solo los incompetentes y los necios copian. No, es preciso hacerlo igual de bien, si se puede, con medios que sean nuestros. Entonces comienza el extraño suplicio de la página en blanco, en la que hay que abrir una ventana que no sea la que he visto hace un instante, pero cuyo realismo resulte igualmente categórico.

Muchas veces me he preguntado, durante los largos años de guerra que pasé lejos de París, cómo podía caber, en una pequeña casilla del cerebro humano, una ciudad tan grande. París se había convertido para mí en una especie de mundo interior por el que vagaba en las difíciles horas del alba, cuando la desesperación merodea en torno al durmiente que se desvela. Sin embargo, necesité tiempo para cruzar deliberadamente el umbral de la ciudad secreta que llevaba en mí, pues lo que primero vino fueron las negras semanas durante las que el solo nombre de París trituraba el corazón a quien lo escuchara. Me cerré por tanto a mí mismo las puertas de mi ciudad, corté las avenidas en el punto más remoto que me fue posible. Por la noche, sin embargo, desobedeciendo mi propia consigna, semejante a un espía o a un ladrón, me deslizaba por las calles, iba sin meta de una casa a otra. De repente, aparecía en una habitación en la que se escondían unos amigos ¡Cómo! ¡Es usted! ¡Eres tú! Se iniciaba entonces un diálogo interminable que duraba hasta el clarear del día. Lo que no podíamos decirnos, de una orilla a otra del Atlántico, nos lo decíamos con toda franqueza  en esas conversaciones alucinadas. No mediaba ya toda aquella agua entre nosotros, yo había abolido el espacio, estaba allí. Mi deseo de saber no tenía fin. Al salir, tocaba con la mano las piedras de las casas y el tronco de los árboles, y me encontraba, al despertar, con la extraña sensación de haber quedado a un tiempo colmado y chasqueado.

A fuerza de pensar en la capital, terminaba por reconstruirla en mi interior, y sustituía su presencia física por otra cosa casi sobrenatural a la que no sé qué nombre dar. Un plano de París fijado en la pared retenía largo tiempo mis miradas y me instruía casi sin darme cuenta. Descubrí que París tenía forma de cerebro humano...

...Sea como fuere, el plano de París me ayudó más de un día a superar horas difíciles, y dado que le había encontrado el parecido que acabo de mencionar con el cerebro humano, me esforzaba por circunscribir en los límites de esa ciudad todas las circunvoluciones que había observado en el pasado. De este modo, me complacía creer que yo había nacido en el ámbito de la imaginación y que había crecido en medio del recuerdo. 

7 comentarios:

  1. En lo personal París me parece un lugar mágico, a primera vista pude percibir que a pesar de ser un lugar tan visitado se puede vivir bien y en cierta forma tranquilo, la belleza de sus calles y monumentos es incomparable, pero efectivamente como se menciona en la lectura París me mostró su lado amable, vivir ahí es otra cosa, aún así no deja de ser maravilloso.

    ResponderEliminar
  2. Sin duda alguna cada ciudad será tantas ciudades como personas habiten en ella, cada quien puede contar sus distintas sensaciones, reflexiones o experiencias, pero nunca habra una mejor que la que propiamente vivamos y nos formemos.

    ResponderEliminar
  3. interesante descripción de la ciudad luz que la hace ver oscura, real, sin pretenciones o ficciones románticas. Una ciudad con tal descripción no puede ser catalogada de inerte, más bien, llena de vida, algo fáctico. Una real ciudad, un real París.

    ResponderEliminar
  4. Imposible captar la esencia de París en un escrito, una fotografía o una película. Todo en esa ciudad es de una belleza completamente sensorial. ¿Cómo limitar con palabras un atardecer en el Sena?

    ResponderEliminar
  5. El tan sonado Paris ideal para el romanticismo cada persona tiene sus vivencias y experiencias mas geniales de algun lugar y con distintas personas, todo depende de nosotros para disfrutar en esencia un lugar un paisaje hasta un tipo de musica y ligarlo a los recuerdos.

    ResponderEliminar
  6. No he tenído la fortuna de visitar París físicamente. Sin embargo, lo visito mediante lecturas y descripciones, me parece maravilloso.

    ResponderEliminar
  7. Un lugar que no se puede ver, solo se pude sentir

    ResponderEliminar

Me gustaría saber tu opinión