Abrir las manos es un texto amable de lectura sencilla pero no simple. Entre sus páginas se puede ir desde la más elemental literatura fantástica hasta el suspenso de los puños apretados.
Leyendo y leyendo, entre el misterio de las imágenes perdidas en la agonía de un enfermo con sudores, de alucinaciones en rojo, hasta la angustia en un yo de convertirse en un día cualquiera y sin ningún motivo aparente, en interno de un sótano oscuro de un sanatorio, Cheri Lewis nos entrega en sus nóveles letras una experiencia pirotécnica completa en donde, de entre todos los recursos, sobresale, imperiosa, su narrativa clara y sin enredaderas.
Cada relato es un redondo momento; cada texto es un principio firme, luego una consecuencia, luego una bola de nieve y, por último, un final que viene solo a tomar su lugar obligado en el cuento.
En las noventa y dos páginas que nos pone sobre la mesa, conviven una mujer modular que se desprende de sus propias partes como si fuera cualquier cosa; un médico que, quizá, libera a una joven de su su miedo a vivir en medio de una puesta en escena; una familia que recibe pequeños huéspedes fugaces; un moribundo que solo atina a murmurar su mensaje encriptado; y una chica que espera una visita que jamás llegará.
Esta obra es una compilación compacta y pulida, de una joven autora que nos deja un buen sabor de boca e insinúa la promesa una escritora valiosa y prolija para un futuro no muy lejano.
Festejo a Cheri leyéndola y celebro su libro como lo que es: un principio esperanzador de lo que vendrá.
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