26/2/14

Sobre "Abrir las manos" de Cheri Lewis



Abrir las manos es un texto amable de lectura sencilla pero no simple. Entre sus páginas se puede ir desde la más elemental literatura fantástica hasta el suspenso de los puños apretados.

Leyendo y leyendo, entre el misterio de las imágenes perdidas en la agonía de un enfermo con sudores, de alucinaciones en rojo, hasta la angustia en un yo de convertirse en un día cualquiera y sin ningún motivo aparente, en interno de un sótano oscuro de un sanatorio, Cheri Lewis nos entrega en sus nóveles letras una experiencia pirotécnica completa en donde, de entre todos los recursos, sobresale, imperiosa, su narrativa clara y sin enredaderas.

Cada relato es un redondo momento; cada texto es un principio firme, luego una consecuencia, luego una bola de nieve y, por último, un final que viene solo a tomar su lugar obligado en el cuento.

En las noventa y dos páginas que nos pone sobre la mesa, conviven una mujer modular que se desprende de sus propias partes como si fuera cualquier cosa; un médico que, quizá, libera a una joven de su su miedo a vivir en medio de una puesta en escena; una familia que recibe pequeños huéspedes fugaces; un moribundo que solo atina a murmurar su mensaje encriptado; y una chica que espera una visita que jamás llegará.

Esta obra es una compilación compacta y pulida, de una joven autora que nos deja un buen sabor de boca e insinúa la promesa una escritora valiosa y prolija para un futuro no muy lejano.

Festejo a Cheri leyéndola y celebro su libro como lo que es: un principio esperanzador de lo que vendrá.


"El placer de perder amigos". Julio Torri


El perder amigos no carece por cierto de alicientes.

En la amistad hay por lo común dos periodos. En los primeros meses, la conversación es venero de gratísimos entretenimientos. Cada vez se descubren nuevas conformidades de pensamiento y se establece una corriente de secretas afinidades. Las experiencias del uno son nuevas para el otro, y la curiosidad de ambos encuentra apacible regalo en las confidencias mutuas.

Pero llega un día en que nuestro amigo no nos guarda ya sorpresas. Tenemos una clarísima visión de su vida, y parece como si la hubiéramos incorporado a la nuestra. Donde nos hallemos, está él presente en espíritu;  y en su ausencia tenemos mil pensamientos que seguramente le hubieran ocurrido, a estar al lado nuestro.  En este punto la amistad deja de ser fuente de pasatiempo y risas y se torna en cosa más duradera y firme. Nuestro amigo se ha convertido en algo familiar y molesto, del que no podremos ya prescindir. Perderlo en esta época es perder irreparablemente, y para tal aflicción las alquitaras de la ideología  no destilan bálsamo eficaz.

Pero podemos soportar con demasiada resignación la pérdida de otra suerte de amigos, y aun sentir como un alivio, como un descanso. Los hay que nos entretienen, nos divierten, pero no llegamos a amar. Y en el día que desaparecen, lo lamentamos públicamente; acaso creamos nosotros mismos echarlos de menos; pero en verdad, experimentamos una satisfacción profunda.

Y es que la sociabilidad exige también sus sacrificios. Cada persona que tratamos promueve en nosotros una especial actitud de espíritu: solo de reducido número de asuntos sin importancia puede departirse, sin descender del terreno de las concesiones mutuas y de la cortesía excesiva de los indiferentes. Delante de ciertos sujetos no nos mostramos plenamente: son como una limitación al libre desenvolvimiento de nuestro ser. Por eso al saber de su muerte experimentamos una cruel y delicada sensación de placer. ¡No volver a saludarle; pasar por su calle sin peligro; despedirnos para siempre de su reuma, de sus predicciones políticas, de sus inmundos chascarrillos de almanaque! ¡Oh, qué profunda alegría llena nuestro corazón! ¡Qué  inmortal, si gustáis!

Y ya que hemos descendido insensiblemente al terreno de las confesiones indebidas, reconozcamos valientemente que existe más de un individuo para cada uno de nosotros cuya esquela de defunción recibiríamos sin el menor asomo de pena.

14/2/14

"El fin somos nosotros, nuestro privativo punto de vista". Alfonso Reyes


La historia que acaba de pasar es siempre la menos apreciada. Las nuevas generaciones se desenvuelven en pugna contra ella y tienden, por economía mental, a compendiarla en un solo emblema para de una vez liquidarla. ¡El pasado inmediato! ¿Hay nada más impopular? Es, en cierto modo, el enemigo. La diferencia específica es siempre adversaria acérrima del género próximo. Procede de él, luego lo que anhela es arrancársele. Cierta dosis de ingratitud es la ley de todo progreso, de todo proceso. Cierto error o convención óptica es inevitable en la perspectiva. La perspectiva es una interpretación finalista. Se da por supuesto que el primer plano es el término ideal a que venían aspirando, del horizonte acá, todos los planos sucesivos. Las líneas, se supone, caminan todas hacia un fin. El fin somos nosotros, nuestro privativo punto de vista.