"El mundo no es más que transformación, y la vida, opinión solamente". Marco Aurelio
Arriba, en la piazzeta frente al palacio de estuco que se eleva tan garbosamente sobre un basamento que tiene tres veces su tamaño, hay más visitantes y mujeres haciendo punto al sol, sentados alrededor de la base masivamente inscrita de la estatua de Marco Aurelio. Hawthorne ha expresado a la perfección la actitud de esta admirable figura al decir que extiende su brazo con una orden que es en sí misma una bendición. Dudo que ninguna estatua de rey o capitán en cualquier lugar público del mundo goce de más aprobación en el corazón de la gente. Una sencillez más irrecuperable —residente de un estilo irrecuperable— no tiene representante más robusto. Aquí hay una impresión que los escultores de los últimos trescientos años han tratado de reproducir; pero comparados con este anciano monarca bondadoso, sus afectados jinetes sugieren una sucesión de profesores de equitación que conducen a niñas de colegio. El carácter admirablemente humano de la figura ha sobrevivido a la oxidada descomposición del bronce y a la ligera degradación del arte; y se puede considerar singular que en la capital de la Cristiandad el retrato más sugerente de una conciencia cristiana sea el de un emperador pagano.
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