Al aproximarse mi último suspiro, imagino con frecuencia una última broma. Hago llamar a aquellos de mis viejos amigos que son ateos convencidos como yo. Entristecidos, se colocan alrededor de mi lecho. Llega entonces un sacerdote al que yo he mandado llamar. Con gran escándalo de mis amigos, me confieso, pido la absolución de todos mis pecados y recibo
Pero, ¿se tendrán fuerzas para
bromear en ese momento?
Una cosa lamento: no saber lo que
va a pasar. Abandonar el mundo en pleno
movimiento, como en medio de un folletín. Yo creo que esta curiosidad por lo que suceda después de la muerte no
existía antaño, o existía menos, en un mundo que no cambiaba apenas. Una confesión: pese a mi odio a la
información, me gustaría poder levantarme de entre los muertos cada diez años,
llegarme hasta un quiosco y comprar varios periódicos. No pediría nada más.
Con mis periódicos bajo el brazo,
pálido, rozando las paredes, regresaría al cementerio y leería los desastres
del mundo antes de volverme a dormir satisfecho, en el refugio tranquilizador
de la tumba.
Qué pensamiento tan bello, tiene razón en muchos aspectos.
ResponderEliminarEs muy cierto, todos tenemos que llegar ahí...
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