Con la esperanza de salvar nuestro matrimonio, no quise aceptar la petición de divorcio de mi mujer. Acabamos ante un juez, que primero la miró a ella, luego me miró a mí y se echó a reír.
—¿De verdad cree que voy a obligarla a ella a seguir casada con usted?
Mi ahora exmujer me dedicó una de sus miradas de ya-te-lo-dije y, como de costumbre, no tuve más remedio que reconocer que había tenido razón desde el principio.
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