El pesimismo se adueña de nosotros; parecemos aceptar el fin de la
historia, donde un feroz capitalismo y una deshumanizada globalización
constituyen nuestro destino y fin.
Necesitamos nuevas utopías que nos inviten a soñar en un mejor mundo, un reencarnado Marx para el siglo XXI que nos enseñe otros senderos que impidan el conformismo y la inmolación.
Debemos recordar el espíritu del año 1968 que unió a los iconoclastas contra la nomenklatura que repetía una y otra vez que el mundo no se puede cambiar. Por ello, no olvidemos la propia dinámica del sistema que, con su constante cambio en las relaciones sociales, obliga a la gente a rebelarse contra él. Hoy, como en el 68, los muros cierran la calle, pero abren el camino. El futuro del planeta está en manos de nosotros, los (des)esperanzados.
Necesitamos nuevas utopías que nos inviten a soñar en un mejor mundo, un reencarnado Marx para el siglo XXI que nos enseñe otros senderos que impidan el conformismo y la inmolación.
Debemos recordar el espíritu del año 1968 que unió a los iconoclastas contra la nomenklatura que repetía una y otra vez que el mundo no se puede cambiar. Por ello, no olvidemos la propia dinámica del sistema que, con su constante cambio en las relaciones sociales, obliga a la gente a rebelarse contra él. Hoy, como en el 68, los muros cierran la calle, pero abren el camino. El futuro del planeta está en manos de nosotros, los (des)esperanzados.