31/10/12

Un decálogo para la república cultural


El vínculo entre la literatura y las prácticas artísticas con el mecenazgo de Estado es muy controvertido. La historia del arte mexicano reciente testimonia cómo sus principales protagonistas se han esforzado para acercarse al llamado Poder Cultural.

Así, varios son los escritores que, amén de su trabajo intelectual, ejercen cargos públicos o reciben beneficios económicos a cargo de los contribuyentes sin nada que lo justifique, y en muchos casos, sus ingresos no son proporcionales a la calidad de su obra.

Las prebendas del Estado son uno de los principales motivos de enemistad entre artistas. Desde la generación de poetas Contemporáneos y sus constantes disputas con el estridentismo; pasando por la Escuela Mexicana de Pintura, beneficiaria del muralismo nacional, que llevó a Siqueiros a declarar que no había más ruta que la de ellos; o la generación de Taller y sus enemigos; o el caso de Julio Scherer y la revista Plural contra el echeverrismo; o la conocida polémica que protagonizó Octavio Paz y Vuelta contra Héctor Aguilar Camín y la revista Nexos por el Coloquio de Invierno; o la célebre pelea entre Carlos Fuentes, por su supuesta sumisión al poder, con Enrique Krauze. En todos estos casos, el argumento siempre ha sido que existen maniobras gubernamentales para excluir a un grupo y favorecer a otro.

En este eterno retorno cultural, los últimos episodios han sido la renuncia de Sealtiel Alatriste al premio Xavier Villaurrutia 2012, y a la poderosa Coordinación de Difusión Cultural de la UNAM, después de que se reciclaran las acusaciones de plagio que había en su contra; o los del peruano Alfredo Bryce Echenique y su elección como ganador del Premio FIL, mismos que, sin dejar de ser hechos reprochables, dejan percibir un tufo de linchamiento contra esos personajes y los jurados que los galardonaron, sin que nada se diga en contra de las autoridades que administran el dinero y que se hallan en la punta de la pirámide de los costosos aparatos burocráticos. Pocos mencionan que estas campañas no se iniciaron al conocerse, ya hace tiempo, la apropiación indebida; sino que nacen al darse a saber que precisamente ellos fueron los ganadores de la fama y la retribución pública que los reconocimientos conllevan.

Todo lo expuesto, delinea un panorama que pone en entredicho la puntualidad de los financiamientos estatales a la literatura y las artes.

Recientemente, el escritor español Javier Marías sorprendió al mundo de habla hispana al rechazar el Premio Nacional de Narrativa, entregado por el Ministerio Nacional de Educación, Cultura y Deporte de España. En una rueda de prensa, después de declinar el premio, Marías declaró: “Creo que el Estado no debe darme nada por ejercer mi tarea de escritor.” […] “He rechazado toda remuneración que procediera del erario público. He dicho en no pocas ocasiones que en el caso de que se me concediera no podría aceptar premio alguno”.

La decisión de Marías me lleva a cuestionarme el porqué el Estado debe reconocer a los artistas por hacer su trabajo. Muchas son las profesiones que intervienen en el devenir educativo, político y social de un país. Sin embargo, un maestro cuyo grado de injerencia social supera por mucho al de un novelista— no tiene las mismas prerrogativas de quien motu proprio decide dedicarse a las artes.

En México, cada vez que se abre la convocatoria a un premio cultural, un periodo de becas, o cualquier otro beneficio pecuniario para los "creadores de arte", se evidencian los vicios del compadrazgo, el tráfico de influencias y el sectarismo. Los gobiernos federal y estatales se han encargado de privilegiar y proteger a sus artistas, al grado de evitar que su obra y sus ingresos dependan del criterio del público interesado, bajo la premisa de que rodearse de —pleonasmo aparte— intelectuales sumisos,  engalanarán al poderoso. 

De esta manera, el artista famoso goza de una serie de prerrogativas que no tenemos todos los ciudadanos, lo cual rompe con el elemental principio de equidad en las relaciones sociales. ¿El fomento a la cultura merece tanto privilegio a los creadores? Creo que no. En ese contexto, propongo las siguientes hipótesis en busca de la honestidad cultural y el correcto ejercicio del dinero público:

1. No más premios a los autores de plagios. Repulsa a los jurados y autoridades que los obvien. Deber de denuncia por parte de las víctimas. No a la exención del pago del Impuesto sobre la Renta por el monto del premio.

Debe haber corresponsabilidad. Tanto al autor premiado, el jurado que a sabiendas decidió reconocerlo y a la autoridad que encubrió el hecho. Siguiendo este proceder, se favorece la cultura de la denuncia, requisito indispensable de procedencia, y se corrobora que la distinción obedece exclusivamente a la calidad de la obra en cuestión. Bajo este tenor, sin reclamo del directamente afectado, no nace interés jurídico de terceros.

Si uno de nosotros ganará un concurso o se sacará la lotería, estaría obligado a pagar hasta el 21 % del monto total del ingreso por impuestos. Tratándose de premios o concursos literarios, la ley los exenta de cualquier contribución. Es injusto.

2. No más publicidad gubernamental en revistas y proyectos denominados libres y críticos. El recibir dinero público les resta credibilidad.

Diversas publicaciones "subversivas" sobreviven o incrementan sus ingresos por medio de contratos con el gobierno. En este caso, su disidencia tendría que ser congruente con sus finanzas.

3. No más empleos en embajadas y consulados a personas ajenas al servicio exterior. No es ético desplazar a quien para eso se prepara.

Ciertos grupúsculos y personajes integrantes de la cultura y las artes, se posicionan como candidatos naturales a ocupar puestos en el extranjero para los que no están preparados. Muchos de ellos, sin pasar siquiera por la universidad, el Instituto Matías Romero y desconociendo las leyes aplicables, han ocupado —y ocupan—  cargos de embajadores, cónsules o agregados de lo que se les ocurra, sin el menor respeto para quien hace del servicio exterior una meta en la vida. 

4. No más estado de excepción para los artistas con el pago en especie de sus impuestos. Es injusto, desproporcionado e inconstitucional.

Solo en México pasa que artistas privilegiados pagan sus impuestos con una obra propia que dan al Estado. El mercado del arte es sumamente redituable. No es justo que esta casta cumpla sus obligaciones fiscales entregando una obra que ellos eligen y todos los demás, independientemente de nuestra profesión, tengamos que pagar en dinero contante.

Sumado a lo anterior, no existen criterios unificados para evaluar proporcionalmente la calidad y el valor monetario de una "obra de arte". La subjetividad, el gusto, o la preferencia, no pueden servir como pretexto a la exención fiscal 

5. No más financiamiento público para hacer el llamado "cine mexicano", ya que únicamente los millonarios productores se benefician de él.

Mucho del cine mexicano contemporáneo no se comercializa sencillamente porque carece de calidad; y está convirtiéndose en un nido de lugares comunes. El financiamiento solo encubre asignaciones directas de presupuesto, en nada beneficia al público ávido de buen cine; mucho menos a los creadores verdaderamente capacitados para ofrecerlo.

6. No más exención al libro. Somos de los pocos países que lo hacen, sin mejorar nuestra lectura y bonificando a las grandes editoriales.

Como en el caso anterior, la exención al libro obedece más a intereses corporativos que educativos. El problema de la lectura en México no está vinculado con el precio del libro; sino con los hábitos de la población. Contamos con suficientes bibliotecas en el país, además de recursos virtuales, como para además ofrecer beneficios económicos de cero impuestos a la industria editorial. 

7. No más elefantes burocráticos como el CONACULTA, el INBA, el INAH, las instituciones de las entidades, las comisiones legislativas y demás, que duplican funciones a costa del erario.

Con solo revisar los Presupuestos de Egresos se puede comprobar cuanto nos cuestan estos organismos. Además, es preocupante la ambigüedad que existe en cuanto a sus áreas de competencia. Al efecto, basta con comparar, en sus propias portales, la misión y visión del INBA con la información relevante del CONACULTA.

8. No más becas públicas a creadores de dudosa calidad. Sí a una real supervisión del proceso de asignación y del cumplimiento de objetivos.

Para garantizar la calidad y la dedicación de un creador para con su obra, es necesario optimizar los mecanismos de seguimiento que se emplean. Hoy en día, un ciudadano puede consultar los nombres de los ganadores de las becas del FONCA, pero no puede acceder a un seguimiento detallado de las actividades del creador y tampoco a una muestra significativa de su obra. 

En muchas ocasiones un creador pasa de becario a jurado y viceversa, y así sobrevive por años, como fiduciario de una burocracia indefinida e intangible. 

Para alcanzar la transparencia en la asignación y supervisión de las becas, debe garantizarse la movilidad de los jurados y el personal encargado de la selección. 

9. No más tolerancia y sí a la denuncia a cualquier pago a periodistas para que opinen por encargo o a locutores para que programen música.

Mejor conocidos como el "chayote" y la "payola". Es necesario volver a la premisa de que la obra de arte debe defenderse a sí misma. Hoy en día se confunden la publicidad y la alevosía. Manipular con dolo a la opinión pública para construir productos reciclables debe ser debidamente sancionado. Es la hora de construir una prensa crítica y especializada. 

10. No más libertinaje en el ejercicio de la expresión. Sí a una ley que garantice la réplica y el pago de una compensación por la calumnia.

La discusión no puede permitirse particularizar sospechas. Para hablar de plagio u otro hecho deleznable, es necesario tener el texto de origen, el correspondiente cotejo y la denuncia del ofendido. Se ha vuelto insoportable la impunidad que rodea a la calumnia y al desprestigio, sin medios tangibles y reales de defensa.

Claro que el artista tiene derecho a llevar una vida digna económicamente, como todos los que trabajamos; pero nada justifica las excepciones de que gozan. Un intelectual que se respete a sí mismo, sería el primero en exigir legalidad, transparencia y beneficio justo, atendiendo a lo que debería ser verdaderamente importante para él, su obra. 





26/10/12

"¿Para qué vivir, si la vida se olvida?". Frédéric Beigbeder


No me acuerdo de mi infancia. Cuando lo digo, nadie me cree. ¡Todo el mundo se acuerda de su pasado! ¿Para qué vivir, si la vida se olvida? En mí no queda nada de mí mismo; de los cero a los quince años, me enfrento a un agujero negro (en el sentido astrofísico: objeto masivo cuyo campo gravitatorio es tan intenso que impide que se escape cualquier forma de materia o radiación). Durante mucho tiempo creí que era normal, que los demás padecían la misma amnesia que yo, pero si les preguntaba: ¿Te acuerdas de tu infancia?, me contaban un montón de historias. Me avergüenza que mi biografía esté escrita con tinta invisible. ¿Por qué no es indeleble mi infancia? Me siento excluido del mundo, ya que el mundo tiene una arqueología y yo no. He borrado mi rastro como un criminal fugitivo. Cada vez que menciono esta debilidad mía, mis padres levantan los ojos al cielo, mi familia protesta, mis amigos de infancia se molestan y mis ex novias amenazan con sacar a la luz documentos fotográficos.

—¡No has perdido la memoria, Frédéric, sencillamente te importamos un comino!

Los amnésicos resultan ofensivos, sus allegados los toman por negacionistas, como si el olvido fuera siempre voluntario. Yo no miento por omisión: rebusco en mi vida como en un baúl vacío, y no encuentro nada; soy un desierto. A veces oigo murmurar a mis espaldas: A ése no consigo ubicarlo.  Estoy de acuerdo. ¿Cómo queréis situar a alguien que ignora de dónde viene? Como dice Gide en Los falsificadores de moneda, estoy construido sobre pilotes: sin cimientos ni subsuelo. La tierra se hunde bajo mis pies, levito sobre un colchón de aire, soy una botella que flota sobre el mar, un móvil de Calder. Para agradar a los demás, he renunciado a tener columna vertebral, he querido fundirme con el decorado cual Zelig, el hombre camaleón. Olvidar la propia personalidad, perder la memoria para ser querido: convertirse, para seducir, en lo que escojan los demás. En lenguaje psiquiátrico, este desorden de la personalidad se llama déficit de conciencia centrada. Soy una forma hueca, una vida sin fondo. Según me han contado, de pequeño tenía colgado en mi cuarto de la rue Monsieurle-Prince el póster de una película: Mi nombre es Nadie. Sin duda, me identificaba con el protagonista.

Jamás he escrito otra cosa que las historias de un hombre sin pasado: los protagonistas de mis libros son los productos de una época de inmediatez, perdidos en un presente desarraigado, habitantes transparentes de un mundo en el que los sentimientos son efímeros como mariposas, en el que el olvido protege del dolor. Es posible, soy la prueba de ello, no conservar en la memoria más que fragmentos de la propia infancia, y la mayor parte falsos o moldeados a posteriori. Semejante amnesia viene alentada por nuestra sociedad: incluso el futuro perfecto está en vías de extinción gramatical. Pronto mi deficiencia será banal, mi caso se acabará generalizando. A pesar de todo, reconozcamos que no es muy habitual desarrollar los síntomas de la enfermedad de Alzheimer a mitad de la vida.

A menudo reconstruyo mi infancia por pura educación. 

Que sí, Frédéric, ¿no te acuerdas?

Amablemente, asiento con la cabeza:

Sí, claro, coleccioné los cromos Panini, fui fan de las Rubettes, ¡ahora caigo!

Con gran desolación, tengo que confesarlo: jamás caigo en nada; soy mi propio impostor. Ignoro por completo dónde estaba entre 1965 y 1980; acaso sea éste el motivo de que esté tan perdido hoy en día. Espero que haya un secreto, un sortilegio oculto, una fórmula mágica que descubrir para salir de este laberinto íntimo. Si mi infancia no es una pesadilla, ¿por qué el cerebro mantiene mi memoria en semejante estado de letargo? 






19/10/12

"Soy libre de decir todo lo que siento". J.M. Coetzee


¿Es en eso en lo que te hace pensar la puesta del Sol, en la mortalidad? 

No, pero no puedo evitar que me recuerde la primera conversación que tuvimos tú y yo, la primera conversación significativa. Debíamos de tener seis años. No recuerdo las palabras exactas, pero sé que te estaba abriendo mi corazón, te lo contaba todo acerca de mí, todos mis anhelos y esperanzas. Y mientras tanto pensaba: ¡De modo que esto es lo que significa estar enamorado! Porque, permíteme que te lo confiese, estaba enamorado de ti. Y desde aquel día, estar enamorado de una mujer ha significado para mí ser libre de decir todo lo que siento.

3/10/12

"Pequeño catálogo de aforismos de un hijo único". Xavier Velasco


Ser niño y verme noche y día retratado en la sala de la casa fue temer que ya nunca más podría darles todo lo que el retrato prometió.

A un niño se le puede describir según sus miedos o sus entusiasmos. Enlistemos por separado sus monstruos y sus héroes, y obtendremos dos caras de un mismo retrato. El hombre-lobo acecha por un flanco, por el otro vigila el hombre-murciélago. He mirado el retrato tantas veces durante tantos años que puedo describirlo de memoria, solo que nunca acabo de saber quién manda: el pavor que somete al lado izquierdo o la curiosidad que engatusa al derecho. Uno de los dos niños de todo siente miedo, pero el otro de todo quisiera ser capaz.
No hablo concretamente de mi persona, que lo recuerda todo emborronado por las trampas arteras del subconsciente, sino del personaje que salió del retrato hacia esa sucursal del purgatorio que los olvidadizos llaman tierna infancia.
La solución se aleja todavía más cuando el emproblemado es hijo único. No tenía vecinos, tampoco. Para entender los códigos del mundo, había que experimentar a solas.

Y cuando uno descree de su pasado no le queda otra opción que refrendarlo.

Aún sin la intrepidez que otros niños solían derrochar, yo creía que mi vida estaba destinada a ser aventurera. Mejor aun, pensaba, con todo el peso de una lógica intima vestida de sentido común, que una vida vacía de aventuras no valía la pena vivirse.


¿Qué era lo que encontraban los problemas en mí? Tiempo de sobra para pensar en ellos.

Los hijos únicos son, a menudo, niños que piensan de más y a su pesar, pues nadie si no ellos paga la cuenta por la bola de nieve en que ciertas ideas tienden a transformarse, cuesta abajo del miedo hacía el horror.

En los niños normales esos pelmazos a los que nuestros padres nos ponen por ejemplolos problemas son cosa excepcional.
El gran problema de mis problemas era la insoportable urgencia de callármelos.
Entendí que no puede uno andar por la vida diciendo la verdad por quítame estas pajas.  Puesto que incluso cuando la verdad aparenta favorecer al acusado, es preciso alumbrarla desde el ángulo que mejor dramatice su inocencia.
Si al final mis problemas no eran solubles, cuando menos serían adulterables.
Me queda la impresión de que mis padres se parecen más a sí mismos que cuando están rodeados por la familia, presa de un persistente fuego amigo.
Me siento  debería decir "me sé", pero a esta edad sentirse es igual a saberse  protegido, blindado, lejos de todo mal,  como si con los solos cuidados y cariños de mi familia próxima bastara para convertir a los grandes peligros en solo malos sueños, de los que cualquier beso me despertará.
Uno a veces se agarra de los ogros pequeños para no ver entero al monstruo que está enfrente.
Nadie me dice más de lo que quiero oír.
Uno insiste en explicar las cosas exactamente como sucedieron: se me metió el Demonio, y ya.
Una vez enseñado a mentir, tenía que aprender a disimular.
Cuando alguien preguntaba si me habría gustado tener un hermanito, replicaba furioso que jamás, ya que ello supondría quitarme la mitad de los juguetes, cariños y regalos que sin parar venían hacia mí, pero lo que en verdad me preocupaba tenía que ver con todos mis secretos.  ¿Qué tantas cosas no iba a contar de mí alguien de mi tamaño que de seguro me espiaría del desayuno a la cena al desayuno?  El precio, sin embargo, era vivir rodeado de misterios más grandes que yo.
Uno acepta cierto número de rechazos, hasta que se convierte en un solitario arrogante, de modo que parezca que se alejó primero.

El problema con los problemas es que crecen y traen al mundo problemitas.

Las historias, a veces también tienen su historia.

Solo una perspectiva me atemoriza más que meterme todo el tiempo en problemas: la de vivir sin ellos.
Los grandes pueden hacer lo que quieran, hasta las bromas se las toman en serio. Con los niños es al revés, todo lo que uno hace creen que es para jugar.

Si tengo que creerme las mentiras, por lo menos que sea yo quien las inventa.

Creo que eso es lo peor de estar encarcelado: tener miedo a salir.

Cuando uno llora así, a válvulas abiertas, siente que el tiempo pasa por las lágrimas.

─No soporto la idea de hacerme grande ahora, solo porque es la hora de terminar la historia, y además uno escribe para pelear contra lo insoportable.